LOS QUE NO SON SANTOS



   La Iglesia católica ha reconocido una gran cantidad de santos en todo el mundo. Éstos han sobresalido no tanto por hacer cosas extraordinarias, sino más bien, por hacer de lo ordinario algo extraordinario. Los santos han demostrado que la vida puede dar fruto a pesar de las heridas y lesiones, de los fracasos y desgarramientos sin que nos destruyan. No sólo por méritos propios, más bien porque se han acogido a la gracia de Dios. A estas personas la Iglesia les ha dado el título de santos.

   En la historia del cristianismo, las personas se han dirigido a los santos siempre que se encuentran en apuros. Han levantado iglesias en su honor, y han peregrinado hasta ellas para implorar ayuda en sus tribulaciones. Los santos no son obradores de milagros, sino sólo intercesores ante Dios, de aquellas personas que piden ayuda en medio de su necesidad. En cierta manera, los santos ayudan a los demás para que obtengan algún favor de parte de Dios. Y esta no es una idea de nuestros tiempos, ya la Sagrada Escritura lo menciona, por ejemplo, la gran cantidad de milagros que realizaban los Apóstoles. Los santos son, en cierto modo, un prisma a través del cual contemplamos la acción salvadora y liberadora de Dios, un signo de esperanza que  nos anima a alcanzar la meta del encuentro con Dios.

   Pero no debemos dejarnos confundir con el gran número de figuras populares que pronto ganan fama de «santidad». Muchas de estas figuras son engrandecidas por comentarios de diferentes tipos de personas –hasta de no creyentes– y con versiones diferentes, casi siempre exageradas.



La difunta Correa

El Gauchito Gil

Gilda

Jesús Malverde

Juan Soldado

La santa de cabora

La santa muerte

María Lionza

Mashimon

Niño Compadrito

Niño Fidencio

Rodrigo


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(Parroquia San Martín de Porres)