VIRGEN DE LA CUEVA
SANTA
11 de septiembre
La historia
de la Cueva Santa se remonta al año 1410, cuando Fray Bonifacio
Ferrer ingresa en la Cartuja de Vall de Cristo, pues en su celda,
creó el molde para la fabricación de las imágenes.
Estas eran repartidas por el propio fraile a los pastores, para que
estos le dieran culto en sus refugios durante sus ausencias del pueblo,
pues su tamaño, permitía llevarlas en el zurrón
sin ocupar apenas bulto.
Uno de aquellos pastores con su ganado, se
resguardó un día en la espaciosa Cueva del Latonero, pues
sabía que allí había un manantial donde
podría abrevar y descansar tanto él, como el ganado,
quedando mejor resguardado de las inclemencias meteorológicas.
El pastorcillo, colocó la Virgen en un replano de la roca, y
allí la arreglaba con florecillas silvestres y le rezaba sus
oraciones. Pero cuando, no se sabe el motivo, abandonó la
cavidad, no se llevó consigo la imagen que le había dado
el fraile cartujo, quedando allí olvidada en un rincón.
Casi cien años tuvieron que pasar, para que otro
pastor de la vecina población de Segorbe, que también
entró a pasar la noche con su rebaño, reencontrase la
Imagen abandonada. Se cuenta que cuando el pastorcillo ya empezaba a
dormitar, vio aparecérsele la Virgen, la cual le indico donde
encontraría una imagen suya para que pudiera darle culto.
El pastor fue a buscar en el lugar indicado, y
allí, efectivamente, encontró la imagen fabricada por
Fray Bonifacio Ferrer. La transcendencia de aquel hallazgo, seguido de
otros portentos atribuidos a la Virgen, fueron atrayendo a muchismos
devotos de la comarca hasta aquella milagrosa Cueva, que en los
primeros tiempos quedaba bajo los cuidados de voluntariosos
ermitaños.
Sin embargo no fue hasta el año 1574 cuando, en
Jérica, al matrimonio formado por Isabel Martínez y Juan
Monserrate se les desterró del pueblo, debido a que Juan,
había contraído la lepra, enfermedad entonces maldita. En
su largo y desolado caminar, llegan a esta Cueva, de la que ya
habían oído que en ella tenia su morada una Virgen que
obraba milagros a los más necesitados. Isabel, al ver la Virgen,
le pide curación a su marido, mientras que a la vez iba lavando
las heridas de este con el agua que destilaban las paredes de la gruta.
Al noveno día de lavados y rogativas, Isabel contempló
atónita como todas las llagas de su esposo habían
desaparecido por completo, así como también los dolores
que estas le causaban.
Entusiasmados por la buena nueva, deciden retomar el
camino a Jérica con la esperanza de ser de nuevo admitidos, pero
los jurados de la villa, toman repentina curación por
brujería y los repudian de nuevo. Con todas las ilusiones
destrozadas, vuelven a la gruta, donde se encontraron a una pareja
formada por un fraile, y una anciana en traje de luto. Al ver aparecer
al matrimonio tan tristes, les preguntaron qué era lo que les
causaba tal tristeza, y el matrimonio les relató emocionados los
hechos. Al acabar el relato, el fraile extrajo un pergamino y
escribió unas letras a los jurados de Jérica para
certificar los hechos.
De nuevo Juan e Isabel parten hacia Jérica con
nuevos ánimos, y al llegar a sus puertas, piden que se acercase
el Justicia, al cual entregaron el pergamino escrito por el religioso,
como prueba de la ausencia de brujería, y sí del favor
Divino. Pero ocurría que cuando este intento leerlo, las
palabras se volvieron borrosas, resultando el texto ilegible. El
Justicia, entregó el pergamino a los Jurados, pero a estos les
ocurría lo mismo. Así que finalmente fue a parar a manos
del Párroco, que tras leer el contenido, observo que tales
palabras sólo podían haber sido escritas por mano santa,
y tras escuchar las descripciones dadas por Juan e Isabel, ahora ya
readmitidos, sobre quienes les habían entregado el pergamino, el
cura no dudo en afirmar, de que habían sido la mismísima
Virgen, acompañada por san Vicente Ferrer (hermano de Fray
Bonifacio) los autores de dicho manuscrito, organizando para el
siguiente domingo, lo que fue la primera romería de
acción de gracias a la Cueva Santa.
Isabel, pese a ver sido readmitida en su pueblo, no olvido
a la Virgencita que tanto le había ayudado, y cada sábado
subía, a veces con más gente, a limpiar la cueva y
ponerle flores a la Virgen, quedándose allí a pasar la
noche. Una de aquellas noches, los perros empezaron a ladrar y a
ponerse nerviosos, y al ir a ver que ocurría encontraron a un
matrimonio acompañado por su hija, a que invitaron a entrar y
dieron de cenar, y al preguntarles que de donde procedía, estos
respondieron que de Altura. A la mañana siguiente, al despertar,
el matrimonio y la niña ya habían partido, y tras indagar
si alguien los conocían, se dieron cuenta de que habían
sido visitados por san Joaquín y santa Ana, acompañados
por la Virgen niña, que habían bajado de Las Alturas.
Pasó el tiempo, e Isabel, que se encargaba
permanentemente de los cuidados de la Cueva, observaba que en la cueva
la imagen no estaba segura, pues aparte de que entraba mucho ganado,
comenzaban a subir moriscos buscando, no a la Virgen, sino el agua que
curaba, aunque sí que dejaban limosnas por los "favores" que "el
agua" les hacia. Visto lo visto, un día, decidió llevarse
la imagen a su casa de Jérica, así que cogió a la
Virgen, la metió en una cesta de mimbre, y comenzó a
caminar. Pero al llegar a la cercana fuente de Rivas, abrió la
cesta y observó asombrada que la Virgen ya no estaba. No muy
convencida, pensó es que de las ganas igual se le había
olvidarlo cogerla, cosa que casi se terminó de creer cuando al
subir de nuevo a por ella, la encontró en el mismo lugar del que
la había cogido.
Pero Isabel no desistió de su idea, así que
esta vez, una vez metida la imagen la cubrió con hojas de
higuera y ramitas para que no se le volviera a escapar, además
pensaba bajar hasta Jérica sin descansar para no tener que abrir
la cesta. Emprendió de nuevo el camino, y al faltar unos
kilómetros para llegar a Jérica, abrió la cesta
para ver si la imagen todavía estaba, no fuera a ser que al
llegar al pueblo la tomaran por tonta. Y cual fue su sorpresa, al
destapar las hojas, descubrir que de nuevo, la Imagen Divina
había vuelto a desaparecer. Entonces ya comprendió
Isabel, que la Virgen quería estar en la cueva que ella misma
había elegido, para poder allí atender a cuantos se lo
solicitasen.
En los dos lugares en que Isabel descubrió que la
imagen no estaba en su cesta, se ha erigido unos pilones como
señal, uno al lado de la carretera unos metros más arriba
de Rivas, a la izquierda, y el otro en el camino por el que vienen en
romería los vecinos de Jérica.