BEATO VICENTE VILUMBRALES FUENTE
6 de diciembre
1936 d.C.



Hijo de familia numerosa

   Cuando nace Vicente el 5 de abril de 1909 en Reinoso de Bureba (Burgos), sus padres habían tenido ya nueve hijos. Vicente será el benjamín de la familia, como también el benjamín de los sacerdotes mártires de la C.M. en España. El 18 de abril del mismo año 1909 recibía el baño del segundo nacimiento, y por patronos, a San José y a San Pablo. Sus padres, Don Andrés y Doña Josefa, maestros de profesión, ejercían el magisterio en los pueblos. Doña Josefa hubo de dejar la escuela para dedicarse al cuidado y educación de sus muchos hijos. Cinco de sus hijos murieron en edad temprana, después de ser criados, nada extraño en aquella sociedad de tanta mortandad infantil, debido a las frecuentes epidemias, gripes y a la falta de recursos y remedios médicos. La austeridad de vida se imponía por sí misma en los hogares.

   Ambos, marido y mujer, eran al cual más fieles en la confesión de la fe cristiana; la madre gozaba fama de mujer santa por su caridad con los pobres. Pese a que eran muchos a sentarse a la mesa, a la hora de comer, y no andaban sobrados de bienes, Doña Josefa no despedía a ningún pobre sin un trozo de pan y algo de longaniza. Sabedora de sus obligaciones, supo inculcar en los corazones de sus hijos la piedad y el temor de Dios, así como el respeto a toda clase de gente, en particular a los pobres y necesitados. La fidelidad al amor y la simpatía que caracterizó a Vicente fue fruto heredado de su madre.

   Don Andrés, padre de Vicente, leía con avidez y comentaba con los vecinos del pueblo las noticias de ámbito nacional que llegaban a través del El Diario de Burgos, publicado desde 1901. Por este medio pudo enterarse de que Alfonso XIII sería proclamado mayor de edad y coronado solemnemente, en 1902, así como de la celebración del Congreso Internacional Eucarístico, en Madrid. Justo un año después del nacimiento de nuestro biografiado, comentaba con la gente del pueblo y explicaba a los muchachos de la escuela en qué consistía la promulgación de la Ley del Candado, dada en 1910.

   Al cumplirse, justamente, el año del nacimiento de Vicente, su padre fue trasladado, el 5 de abril de 1910, a la escuela de Santa Cruz del Valle Urbión, también en la Provincia de Burgos. Aquí creció y recibió Vicente la primera educación de manos de sus propios padres hasta que ingresó en la Escuela Apostólica de Tardajos, en diciembre de 1921. Meses antes, dos acontecimientos impactaron al joven Vicente: la muerte de su santa madre, el 10 de septiembre de 1921, a la que quería con pasión, y la misión popular predicada por los misioneros paúles de Tardajos, en octubre. Ambos sucesos movieron al joven a descubrir a su padre que él también quería ser misionero como los Padres que habían predicado la misión. El paso de los misioneros por el pueblo quedó perpetuado con una cruz colgada en el muro de la iglesia. Los nombres de los misioneros quedaron para siempre grabados en la memoria del joven Vicente: P. Andrés Gutiérrez, alias el P. Tareas, y el P. José Santos.  Don Andrés alentaba a su hijo a ser misionero como lo más hermoso y grande a que podía aspirar en la tierra. Cumplidos los once años, el hijo, llevado por su padre, se dirigió a Tardajos.

   No iba solo al colegio; le acompañaba su hermano mayor José, que adelantó un curso, dada la edad y preparación que llevaba. Su padre aprovechó un día de fiesta para presentar a sus hijos en el Colegio Apostólico de Tardajos. La enfermedad, con la que no se contaba, obligó a José a desistir más tarde de su empeño vocacional y dejar, con harto sentimiento, la comunidad el 19 de septiembre de 1926, tras haber hecho un año de Seminario Interno.

   Según testimonio de la mayor de sus hermanas, Concepción, que hacía de madre de todos sus hermanos pequeños, el niño Vicente era “muy alegre y comunicativo, despejado y de fácil expresión; algo travieso, impulsivo, pero de tan buen corazón, que se hacía querer de todos”. Llegó hasta el punto de ofrecer su vida al Señor por la de su hermano José. Pero el designio de Dios era otro distinto. Su hermano José moría víctima de la enfermedad el 29 de junio de 1932, en Burgos. Vicente sintió en el alma no poder asistir ni siquiera al sepelio de su hermano, porque la disciplina reglamentaria del colegio no se lo permitía en aquel entonces. A él le había escogido el Señor y reservado otra clase de muerte, en Guadalajara, muerte a la que tampoco ninguno de sus hermanos pudo asistir; se enteraron después del martirio y celebraron la Eucaristía en el pueblo por su eterno descanso. Su padre, hombre de fe, aunque habituado ya a la muerte de sus hijos, no por eso dejaba de sufrir la desaparición de alguno de sus descendientes, muerte que ofrecía al Señor de vivos y muertos con gran dolor y resignación.

   Pese a su entrada tardía en Tardajos, en diciembre de 1921, cuando había pasado el primer trimestre del curso, todos los profesores de la Apostólica y el Superior, P. Manuel Gómez, al frente, no obligaron al joven Vicente a repetir curso, dando por muy buena la preparación que traía de la escuela de su padre, sobre todo en aritmética, geografía y lengua española. Un curso más de humanidades, 1922-1923, fue todo el tiempo que pasó en la Apostólica tardajeña, porque al siguiente, 1923-1924, se trasladó con todos sus compañeros a la Apostólica Central de Guadalajara, donde pudo terminar con éxito los otros dos cursos que le faltaban.

 
Llamado a ser misionero paúl

   El Consejo de profesores había observado de cerca a Vicente y no dudó en presentarle al Director del Seminario Interno como muchacho responsable y estudioso, con excelentes cualidades para el apostolado, simpático y agradable en el trato con los demás. El expediente de notas confirmaba su capacidad «excelente» para el estudio.

   En aquellos ambientes de religiosidad y de vida austera no era difícil que surgieran abundantes vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa. Salvo excepciones, de las familias numerosas salían hijos e hijas que aspiraban a ser como otros familiares cercanos o lejanos: misioneros, frailes o monjas, consagrados a predicar el Reino de Dios o a vivir más estrechamente, lejos del mundo, los consejos evangélicos en el rigor de la clausura. Quien no se dirigía al clero diocesano, se encaminaba a Conventos y Monasterios, o a Congregaciones y Compañías de Vida Apostólica, llevados del deseo de «adquirir mayor perfección que en el siglo».

   Con este sentimiento vocacional ingresa el joven Vicente, el 14 de septiembre de 1926, en el Seminario Interno -período de tiempo que los religiosos llaman Noviciado-, tiempo de prueba y discernimiento vocacional que precede al acto de la emisión de votos no públicos y reservados. El Seminario, ubicado en Hortaleza (Madrid), estuvo dirigido, al principio, por el P. Carmelo Domínguez Montoya y desde 1928 por el P. Adolfo Tobar, tiempo en que se celebró el Centenario de los Padres Paúles en Madrid: 1828-1928. Los seminaristas, con su director a la cabeza, asistieron en la Casa Central de Madrid a alguno de los actos proyectados para la celebración de tan solemne efemérides. Allí estuvo presente nuestro seminarista Vicente, que dejó a la posteridad un breve comentario sobre el entusiasmo con que se vivía entonces la vocación misionera en la Congregación de la Misión.

   Trascurridos los dos años de Seminario Interno según las Reglas o Constituciones de la misma Congregación, emite los votos en la residencia de Villafranca del Bierzo (León), el 27 de septiembre de 1928, día conmemorativo de la muerte del fundador Vicente de Paúl, a quien tratará de imitar en su vocación misionera y entrega a los pobres. Su devoción a la Virgen María era admirable; al faltarle la madre de la tierra, acudía con fervor a la Madre del cielo, a quien invocaba como Madre de misericordia y esperanza nuestra.

   Ni que decir tiene, que durante este tiempo de reflexión y de oración, daba vueltas a la necesidad que tenía de corregir su temperamento vivo y a veces impulsivo, como se lo advirtiera ya su hermana Concepción, cuando era niño. La lectura de las conferencias de San Vicente a los misioneros sobre la humildad y la mansedumbre le impresionó vivamente, entendiendo que aquellas palabras del santo fundador, se dirigían a él. El dominio de sí mismo fue su «virtud de práctica» durante los años de formación y es de suponer que lo siguiera siendo hasta su muerte, sobre todo estando encarcelado. En un breve comentario al texto de San Pablo, que aprendió de memoria en tiempo de Seminario: “nadie vive para sí, ni nadie muere para sí, sino para Dios, dueño de vivos y muertos”, anotaba en su cuaderno: «Me debo al Señor para siempre, en la vida y en la muerte. En el mundo que tú has creado, Señor, hay muchas criaturas tuyas que me gustan y me atraen, pero te prefiero a ti, a todas las cosas y personas perecederas».

   En tierras bercianas prolonga su estancia durante tres años, los correspondientes a los tres cursos de filosofía, 1928-1931, tiempo suficiente para conocer los sitios más emblemáticos de Villafranca: la iglesia de Santiago, apóstol, el Monasterio de San Francisco de Asís, el Castillo de los Condes de Peña Ramiro, la iglesia de La Colegiata, y los tres Conventos de monjas de clausura: el de La Anunciada donde se guardan los restos de San Lorenzo de Brindis, el Convento de San José de las Madres Agustinas, en la Calle del Agua, y el Convento de la Concepción o de Concepcionistas Franciscanas, a la salida de Villafranca, por la carretera de Lugo.

   Nota el Libro de observaciones del Estudiantado que el joven Vicente Vilumbrales aprovechaba las vacaciones veraniegas y los ratos de ocio para estudiar lenguas vivas, sobre todo inglés y francés, además del griego y latín, lenguas en las que se había iniciado durante la Apostólica, si bien no llegó a traducir más que algunos textos del evangelio según San Lucas, las fábulas de Esopo y párrafos de la Anábasis de Jenofonte. En latín, en cambio, leyó al historiador César, al orador Cicerón y a los poetas Virgilio y Horacio.

   En carta dirigida a su hermana Concepción, con fecha 9 de julio de 1929, le decía: “He comprado para mis estudios particulares una gramática inglesa, otra francesa y un libro en francés”. Su afición por las lenguas quedaba confirmada durante su estancia en Londres, donde se dedicará con ahínco al conocimiento de la lengua inglesa. Su inclinación por el estudio de la filología era innegable. Sentía facilidad y gusto en el aprendizaje de las lenguas tan necesarias para comunicarse con las gentes, en un mundo que ya a él le parecía cada vez más pequeño. No era raro sorprenderle de noche estudiando alguna lengua o asignatura de su gusto particular, sobre todo la Sagrada Escritura, y de ésta el Nuevo Testamento, que procuraba aprender de memoria párrafos antológicos.

   Terminado el ciclo filosófico en Villafranca del Bierzo, se traslada a Cuenca, al Seminario de San Pablo, para cursar los tres primeros años de Sagrada Teología. Si la filosofía no le había entusiasmado demasiado, la teología, en cambio, le atraía con fuerza, por ver en ella la despensa principal de sus futuras predicaciones. El contacto diario con la Palabra de Dios, que estudiaba a fondo, le sumía a ratos en reflexión profunda e incluso en oración, según propia confesión. Más en particular, el estudio de las cartas de San Pablo y del Evangelio según San Juan le entusiasmaban lo indecible; estaba preparado para leerlos en su original -lo que le proporcionaba gran satisfacción- ya que le permitía llegar a un conocimiento más pleno de la verdad revelada y le abría a diálogos sobre exégesis bíblica. De ahí que llegara a sacar conclusiones dogmáticas y pastorales, basadas en la Palabra de Dios, en orden a hacer luego aplicaciones interesantes para la vida espiritual y apostólica.
El curso tercero de teología, 1933-1934, lo pasó gustando emociones, difícilmente explicables, provocadas sin duda por la cercanía de las Órdenes Sagradas que debía recibir una tras otra, en un lapso corto de tiempo. Terminado el curso tercero de teología, fue recibiendo, primero las llamadas entonces Órdenes Menores -hoy Ministerios- y luego las Órdenes Mayores: el 2 de septiembre de 1934, el diaconado, y una semana después, el 9 de septiembre, el presbiterado con dispensa de la Santa Sede. Mucha emoción acumulada en aquel joven despierto y dispuesto a ganar el mundo para Cristo. La doctrina sobre el sacerdocio de Cristo, según el autor de la Carta a los Hebreos, le daba mucho que pensar y reflexionar.

   Con las manos recién ungidas, sube al tren que le lleva de Cuenca a Madrid, donde al día siguiente, 10 de septiembre de 1934, celebrará la primera Eucaristía en la Basílica de la Virgen Milagrosa, acompañado de algún familiar, en particular de su padre y de su hermana mayor Concepción. Acto seguido, de nuevo al tren que le conduce hasta Londres, mejor Potters-Bar (Londres), donde cursará cuarto de teología y adquirirá algo de práctica pastoral, pero sobre todo, como hemos adelantado, ganará en el conocimiento del inglés. Con fecha del 17 de abril de 1935, escribe a su padre desde Potters-Bar diciéndole: “Mañana, con ocasión de la Semana santa, iré a Londres, donde permaneceré hasta el domingo de Resurrección. ¡Qué bien tres días hablando y no oyendo hablar más que inglés!

De corto ministerio presbiteral

   Vuelto de Potters-Bar, los superiores deciden dejarle provisionalmente en Madrid como ayudante del director de la revista Reina de las misiones. Antes de llegar a la capital española, se detiene en Burgos, para ver a su familia una horas, aprovechando que el tren pasaba cerca del domicilio de su padre y hermanos. En Madrid le esperaba la administración de la revista y la publicación de algún artículo. Un grupo numeroso de lectores simpatizantes de la Misión de Cuttack (India), misión aceptada por la Provincia de la C.M. Matritense, en 1922, se encargaba de dar publicidad a la revista. Los cientos de lectores procedían, tanto de las suscripciones de centros dirigidos por los misioneros como de las casas y colegios de las Hijas de la Caridad, que superaban con creces a las iglesias y colegios regentados por los PP. Paúles.

   Reina de las Misiones apareció, por primera vez, en 1935 con miras propagandísticas y de ayuda económica a la misión de Cuttack. Su primer director, P. Hilario Orzanco (1935-1939), misionero abrumado de trabajo, necesitaba de un colaborador joven, cercano y eficiente, que estimulara con sus artículos a los lectores de la revista y sugiriese temas de estudio interesantes a los dirigentes provinciales de la Cruzada Misional. De ahí que los superiores pensaran en el P. Vicente Vilumbrales, recién venido de Londres, para este menester de animación y administración. Su dedicación a la revista duró muy poco, menos de lo pensado, porque en febrero de 1936 lo vemos ya establecido en el Colegio Apostólico Central de Guadalajara, al faltar algunos profesores del centro educativo. La cercanía de Guadalajara con Madrid el facilitaría, en caso de necesidad, su presencia en la administración de la revista misionera.

   En su nuevo destino desempeñó los cargos de profesor de lenguas, sobre todo de inglés, y de otras asignaturas, además de llevar la capellanía del Colegio de Huérfanas Militares en el Palacio del Duque del Infantado, cargos que desempeñó con responsabilidad y con la alegría contagiosa de su juventud. A las clases de formación y piedad unía el deporte. Su tipo apuesto y elegante y sus formas de comunicación, con palabras y obras, contribuían a ganarse a los jóvenes. A este destino de Guadalajara vino provisional el P. Vilumbrales, pero la persecución marxista le cortó el vuelo a otros lugares donde podría haber desempeñado una misión apostólica y misionera más larga y extensa. Aún dentro de la cárcel, no renunció a su espíritu evangelizador para atraer a los jóvenes y mayores.

Prisión y muerte

   Entrado el día 26 de julio de 1936, el P. Vilumbrales fue detenido con sus compañeros de comunidad. Juntos fueron conducidos a la Prisión Central, donde quedaron encarcelados y sufrieron incontables castigos y penalidades. Con ellos había concentrada una nutrida representación de laicos, unas trescientas personas, de la región alcarreña. Al resultar estrecha la sala para reclutar a tanta gente, los sacerdotes y religiosos fueron apartados de los seglares a otra habitación, hasta que llegado el día 6 de diciembre de 1936 fueron fusilados en el patio de la cárcel y luego conducidos en camiones, por la carretera de Chiloeches a una dehesa donde fueron enterrados en una fosa común. ¿Quién es capaz de registrar los sentimientos de temor y temblor de aquellos inocentes durante los seis meses que duró el encarcelamiento? En cualquier momento podían oír su nombre y ser conducidos al combate de la fe.

   En Guadalajara coronó su vida el P. Vilumbrales el 6 de diciembre de 1936. Al no aportar su martirio noticias nuevas a las ya conocidas por la muerte cruenta de sus compañeros de comunidad, nos abstenemos de más comentarios, sin que por ello quede menguada su fe, valentía y fortaleza ante el sacrificio de su vida ofrecida por amor a Dios. Su nombre figura inscrito, con letras de sangre, en el Libro de la Vida.

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(Parroquia San Martín de Porres)