Por su debilísima salud fue enviado por sus superiores a
Inglaterra, a donde llegó en 1635. No resultó ninguna
mejoría, y de hecho los síntomas empeoraron, sea por la
persistente pérdida de apetito, o porque debía ejercer su
ministerio especialmente por la noche. Sin embargo, logra resistir aun
por siete años, ejerciendo un apostolado continuo en medio de
vicisitudes de todo tipo. Dedicaba todo su tiempo libre a la
oración y esto explica por qué los que se le acercaban
experimentaban inmediatamente como una atmósfera sobrenatural.
Sospechoso de ser sacerdote católico, aunque sin pruebas, fue
trasladado a la prisión de Newgate el 14 de octubre 1642. Fue
muy hábil en la defensa durante el juicio y no pudo encontrarse
pruebas en su contra, pero fue igualmente condenado a muerte el 20 de
diciembre. A la sentencia respondió con un alegre
«¡Deo Gratias!», y cuando llegó a la
cárcel quiso cantar el Te Deum. Durante dos días se
congregaron en la prisión visitantes, a los que hablaba palabras
llenas de fe y de elevación espiritual. No deseaba que el
embajador de Francia intercediera para conseguir “la gracia de la
liberación”, como lo dice en una carta que escribió a sus
superiores.
En la mañana del 22 de diciembre pudo celebrar la misa en la
cárcel y luego fue llevado a la horca de Tyburn. Aquí
manifestó públicamente su condición de sacerdote y
de jesuita, hizo actos de fe y de contrición, ofreció a
Dios su vida, perdonó a todos, dio al verdugo el poco dinero que
tenía, recibió la absolución de un hermano
sacerdote oculto en el multitud y fue ahorcado mientras juntaba las
manos. Tenía 48 años, diecinueve de los cuales los
vivió en la Compañía de Jesús. Fue
beatificado por el Papa Pío XI en 1929.