BEATO TOMÁS GALIPIENZO PELARDA
1936 d.C.
1 de septiembre

Nació el 6 de marzo de 1897 en Cascante (Navarra)

Profesó el 15 de agosto de 1914

Sacerdote el 21 de mayo de 1921

Fusilado el 1 de septiembre de 1936 en Paterna (Valencia)


El P. Tomás Galipienzo nació el 6 de marzo de 1897 en las histórica ciudad de Cascante (Navarra), donde fue bautizado el mismo día en la parroquia de la Asunción de la diócesis de Tarazona. En la misma parroquia fue confirmado el día 17 de junio de 1898 por el Obispo de la diócesis Exc.mo Juan Soldevilla y Romero.

Sus padres fueron D. Valentín Galipienzo y Dª. Margarita Pelarda. Quedó huérfano de padre a los cuatro años. En la escuela fue modelo de aplicación y comportamiento, de tal modo que el maestro le ponía de ejemplo. Durante su infancia fue monaguillo y desde entonces manifestó su vocación por ser sacerdote, tal como confirmaron sus compañeros de entonces. Cuando su madre le preguntaba  ¿tú, qué vas a ser? Él respondía siempre: fraile.

Con once años ingresó en el postulantado de Barbastro en 1908 y realizó los estudios de Humanidades con aprovechamiento.

El 14 de agosto de 1912 tomó el hábito e inició el noviciado en Cervera bajo la dirección del P. Ramón Ribera. Entonces se encontraban en Cervera 6 individuos de Cascante, entre ellos el beato Nicasio Sierra, mártir en Barbastro. Al cabo del año de prueba emitió la profesión el 15 de agosto de 1913.

Ese mismo año comenzó los estudios de filosofía en la misma casa de Cervera. Aquí, después de concluido el segundo curso de filosofía, recibió la primera tonsura el 18 de julio de 1915 de manos del Exc.mo Armengol Coll,  Vicario apostólico de Fernando Póo. En el mismo centro terminó la filosofía y cursó los estudios de teología.

Durante el 1917 y primer trimestre de 1918 tuvo que afrontar el problema de las quintas, metiendo en danza a su madre para el papeleo. Al final, en la misma Cervera, al hacer la medición, alegó dos impedimentos, el brazo y la vista del ojo izquierdo. Fue declarado inútil total para el servicio militar `por el brazo izquierdo que se había roto jugando a la pelota antes de entrar al postulantado.

El 23 de julio de 1919 se trasladó a Alagón paa estudiar la Moral.  En dicha ciudad, al mes siguiente, día 29, recibió las dos primeras órdenes menores y en diciembre del mismo año, las dos restantes de manos del Exc.mo Juan Soldevilla y Romero, Arzobispo de Zaragoza. El día 29 de mayo de 1920, en Zaragoza, recibió el subdiaconado de manos del mismo Obispo, recién creado Cardenal. En Alagón, el día 26 de septiembre de ese año recibió el diaconado y el 21 de mayo de 1921 el presbiterado en Zaragoza siempre de manos  del mismo Señor Cardenal.

A primeros de julio de 1921 viajó a Aranda de Duero para realizar el curso de preparación al ministerio. A mitad del mes de mayo del año siguiente hizo viaje de vuelta a Alagón. Ahí siguió como profesor de latín y geografía de los postulantes.

La dedicación del P. Galipienzo fue la predicación para lo cual fue destinado a Cartagena con el cargo de Ministro, a donde llegó el día 13 de octubre de 1923. Su ocupación ordinaria era ir tres días por semana, incluido el domingo, a Torre Nueva, finca de la Marquesa de Fuente González, cuñada del Conde de Romanones, distante más de media hora en tren, para decir la Misa, predicar y catequizar, sobre todo a los criados y sus familias, principalmente a los niños, que  estaban faltos de instrucción religiosa. Por tres días, la Señora le dio una limosna de 1.000 (mil) pesetas.

En los cambios de gobierno del trienio 1928-1931 fue enviado a Requena, pues el terreno era mejor para curar le enfermedad que le había aquejado en Cartagena. En el mes de junio de 1929 acudió a Sevilla al Congreso Mariano Hispano Americano en representación de la Archicofradía de Requena. En 1934 fue nombrado Consultor 1º y Ministro, cargos que tuvo que dejar al ser disuelta la comunidad el 23 marzo de 1936 por fuerza mayor, por los peligros ya indicados. En Játiva, las autoridades civiles habían cerrado la casa y el colegio, poniéndolos bajo la vigilancia de la Guardia civil, pero habían dejado abierta la iglesia. Para atenderla fue enviado el P. Galipienzo porque era poco conocido, pero residiendo en la casa Barona. Como viera peligro real de profanación de la Sagrada Eucaristía, la llevó de la iglesia a la casa, colocándola en uno de los mejores salones. Poco después tuvo que refugiarse en Valencia.

Cualidades y virtudes

Tenía buenas cualidades intelectuales y era muy trabajador, a pesar de que su salud era regular.

Religioso ejemplar, buen Ministro, llevaba muy bien la administración.

Regular doctrinero, según los informes del P. Provincial (1929), pero al año siguiente lo califica de buen catequista.

En las cartas que escribía a su madre y hermana les exhortaba siempre a conformarse a la voluntad de Dios

Detención, interrogatorio, fusilamiento…  y huida

Había quedado en la casa de la calle San Vicente a dormir la noche del 11 de agosto para poder celebrar Misa al día siguiente y después trasladarse a la pensión más segura que le habían buscado e ignoraba lo que les había sucedido a los PP. Alonso y Gordon la mañana siguiente. La portera le advirtió que veía gentes extrañas y que lo mejor que podía hacer era ponerse a salvo. El Padre le  contestó que iba a hacer unas diligencias y que se iría.

Apenas había bajado la portera, se presentaron unos cinco individuos con un auto preguntando por los religiosos que vivían en el segundo piso y subieron. Llamaron y abrió la puerta el P. Galipienzo. Registraron las habitaciones y le detuvieron sin permitirle llevarse nada. Se lo llevaron en el auto al mismo sitio donde estaban los PP. Alonso y Gordon.

Al atardecer les dieron la cena, que apenas probaron. Entrada la noche le llevaron ante el tribunal en último lugar. Su interrogatorio fue más breve y semejante  al del P. Alonso. Salió tranquilo y convencido de que esa noche les fusilarían.

Aún le faltaban otras dos horas de cárcel para poder preparar todavía mejor el martirio. Fueron horas dedicadas a la oración y confesión.

A las 12 de la noche fue sacado con los otros dos Padres y llevado en auto unos kilómetros fuera de Valencia, al lugar del Palmaret, dentro del término municipal de Alboraya. Al descender del auto los tres se abrazaron. El P. Galipienzo decía

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía! ¡Jesús, José y María, asistidme!

Cuando estaban preparados para la descarga de las ametralladoras les dijo:

Matadme de cara como se mata a los hombres.

Ellos le dijeron: siga adelante, y apagaron el foco del auto. Entonces fue la descarga y con astucia instintiva se dejó caer de bruces, haciéndose el muerto, de modo que la descarga le pasó por encima. Durante veinte minutos mantuvieron apagado el foco. Durante ese tiempo el Padre se deslizó cautelosamente sobre la hierba, se alejó unos veinte metros, se apoyó en unas cañas, se internó en un maizal, pasó una pequeña acequia, subió un pequeño ribazo y se alejó unos cincuenta metros, lo suficiente para ver lo que hacían sin ser visto.

Pasados los veinte minutos, los verdugos encendieron el foco del auto y se acercaron a las víctimas. Su sorpresa fue monumental al comprobar que de tres, sólo veían a dos.

Se nos ha escapado uno, dijo el que observaba, y se pusieron a buscarlo. Apagaron el foco para no llamar la atención, encendieron las linternas eléctricas de mano y comenzaron la persecución…, pero, en vano.

El P. Galipienzo que los veía y percibía sus movimientos, temblaba. Quiso Dios que no dieran con él… Apagaron las luces… prestaron atención… pero él apenas respiraba, permanecía quedo, inmóvil…

Cansados de busca y de espera, dijo uno de la pandilla:

¡Vamonos, que ya es tarde!… Mañana volveremos y le daremos su merecido.

Encendieron el foco, dieron vuelta al auto y se marcharon.

El P. Galipienzo pasó la noche en un continuo susto. Una fiebre fuerte le consumía, pero conservó la serenidad que por esa vez le libró de la muerte. También, a las cuatro de la mañana, vió el coche del  médico y del juez que fueron para el levantamiento de los cadáveres y creyó que serían milicianos que venían a por él.

Al amanecer buscó refugio en la primera casa que encontró, de mala entrada y entraña, pues le rechazaron. El dueño era José Chuliá, comunista, y lo denunció al Comité, que emprendió la búsqueda. A continuación fue a otra casa, que al tener el letrero Ave María Purísima le dió confianza y llamó. Le abrió la puerta una monja de la Caridad, refugiada en la casa de su hermano, que estaba en el campo, y lo llamó. D. Cristóbal Albiach Dolz le dio refugio y sustento. Para no comprometer más lo ocultó en un maizal cercano, donde le llevaban la comida. Por la noche iba a la casa y rezaban el Santo Rosario. El P. Galipienzo les contó las peripecias y el final de sus compañeros. Le dio al dueño 400 pesetas, cien para él y trescientas en láminas de Estado para comprar un nicho a los Padres caídos. D. Cristóbal pensó que era la cédula personal y lo guardó con un monedero y unas medallas.

Varios labradores le proporcionaron defensa los tres días que anduvo por allí mientras los milicianos registraban las casas. Así uno le oculto en un montón de hierba y despistó a los que le perseguían, cuando le preguntaban si había visto a un hombre que se les había escapado. El P. Galipienzo, viendo el peligro, le dijo al D. Cristóbal:

Como es peligroso estar por aquí, he pensado volverme a Valencia.

El P. Galipienzo escribió un mensaje para la Sra. Dª. María Viana[1], que el buen huertano llevó a Valencia escondido en la alpargata. Entre los dos acordaron el modo de hacer salir al Padre. La mujer le buscó una pensión en la calle Serranos, n. 10, donde ya había un Carmelita y un Redentorista, acogidos por su mediación. Al día siguiente, 16 de agosto, envió a su hijo Amadeo Reinés, de 15 años, a buscar al Padre. Se presentó en Alboraya y disfrazándose de pescadores, emprendieron el viaje a Valencia tomando el tren en la estación de Benimaclet. Llegaron al atardecer y el joven le llevó hasta la misma pensión, cerca de su casa. En esta pensión continuó celebrando Misa, por eso rehusó cambiar a otra pensión más segura, donde no podría celebrar. Prefirió celebrar Misa a su seguridad personal. Y así, al mediodía del 18 hubo un registro, fue apresado y llevado al Comité de la calle Roteros, donde fue reconocido e insultado. Luego lo llevaron al Gobierno Civil, donde encontró a los asesinos de sus compañeros, quienes le reconocieron y uno de ellos le sentenció:

Ahora sí que no te escaparás.

Cárcel de San Miguel de los Reyes. De allí le llevaron a la prisión central de San Miguel de los Reyes. El Padre llegó en estado lamentable: desnudo, descalzo y extenuado por la fiebre. Allí encontró al P. Jorcano, detenido desde el día 12 de ese mismo mes, y D. Andrés, íntimo amigo de Requena, y otros jóvenes conocidos suyos de Játiva. Entre todos le proporcionaron ropa, que después hizo posible el reconocimiento de su cadáver.

Durante su estancia en la cárcel, además de dedicarse a la oración y preparación al martirio, del que estaba seguro, también tuvo largas conversaciones con otros presos a quienes narró su odisea y sus sufrimientos. El  R. D. Juan Bautista Aguilar Roig, allí encerrado, después de hablar con el P. Galipienzo, se convenció de que era de una valentía espiritual enorme y de gran vida interior. Por eso nunca le vieron triste ni deprimido, a pesar de que estaba convencido de que iba a morir. Le decía frecuentemente al P. Jorcano:

Estoy destinado para el sacrificio.

No sólo esto, sino que él animaba a sus compañeros a tener el valor suficiente para afrontar la muerte.

El día 1 de septiembre de 1936, hacia las nueve de la mañana, vino la orden de que salieran a diligencias. Esta palabra tenía el significado de ser fusilado. La lista la componían diez nombres, ocho del pueblo de Carlet (Valencia), el P. Galipienzo y el beato Alfonso Sebastiá, joven sacerdote encargado de la Acción Católica en la Catedral. Al leerse el nombre del P. Galipienzo, este se abrazó al P. Jorcano diciendo:

Voy al martirio, dígale al P. General esto. Hasta el cielo.

Al sacarlos de la cárcel ataron las manos de algunos presos, entre ellos el P. Galipienzo. En el auto que llevaba a los presos los dos sacerdotes les dieron la absolución y les animaron a que fueran rezando a la muerte. El auto tomó la dirección de Paterna, lugar de numerosos fusilamientos. Cuando llegaron al campo de tiro, los hicieron bajar del auto, pusieron las pistolas ametralladoras y les mandaron caminar: ¡Anden!

En ese momento dos jóvenes de Carlet y D. Alfonso echaron a correr campo traviesa. Los asesinos se sorprendieron pero pronto les mandaron una lluvia de balas. D. Alfonso y uno de los jóvenes murieron. El otro, José Peiró Linares, escapó con vida y pudo contarlo. Los demás presos, que estaban atados, fueron fusilados sin compasión poco después.

Sus cadáveres estuvieron insepultos hasta el día 3. Todos fueron enterrados en el cementerio de Paterna en una zanja y cubiertos con cal viva.

Fueron exhumados en el mes de julio de 1939 y reconocidos por la ropa. El P. Galipienzo también llevaba un escapulario y el cordón de Santo Tomás, que permitieron su identificación.

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(Parroquia San Martín de Porres)