SAN VICTORIANO DE ASÁN
12 de enero
568 d.C.



   El antiguo Martirologio Romano decía: "En el monasterio de Asán, en la región de Barbastro, del Reino de Aragón, san Victoriano, que, habiendo nacido en Italia, abrazó la vida monástica, y estando dedicado a la oración en la soledad de las montañas pirenaicas, aceptó la responsabilidad de dirigir el monasterio que después llevó su nombre".

   Nació en Italia. De joven había brillado en las escuelas de su tierra. A los 20 años dejó los libros, las tierras y el palacio de sus padres, y comenzó una vida errante. Era un individuo con suerte. Allí donde se plantaba, surgía un monasterio; cerca ponía un hospital. Y cuando empezaba a ser conocido y veía que su obra funcionaba, tomaba de nuevo su bordón de peregrino, y otra vez en marcha.

  Así salió de su patria, cruzó los Alpes, atravesó Francia, atravesó los Pirineos y se quedó en sus estribaciones, en las montañas de Huesca, en la gruta de la Peña Montañesa. Tenía 44 años y allí vivía feliz en la soledad. Pero le duró poco la felicidad, y lo que le ocurría siempre, le sucedió aquí. Pronto se le juntaron otros anacoretas, y empezaron a llegar enfermos. Hasta los reyes como Teudis, se acercaban para aconsejarse. Victoriano, sediento de soledad, se resignaba y en vez de seguir sus gustos, se acoplaba a los que la Providencia le iba señalando. Bajó la montaña y en sus faldas fundó un santuario, hoy en ruinas, que se llama San Victoriano de Asán.

   Los últimos años de su vida los vivió entregado a restaurar la vida religiosa y literaria de su nueva patria. A los anacoretas les convirtió en cenobitas. Tuvo como discípulos a san Gaudioso, obispo de Tarazona, y san Nazario, que fue abad y gran impulsor del ascetismo en España y que celebramos también en este día. En el lecho de muerte, Victoriano, pidió a sus monjes, que guardasen la unidad y la paz.

   En su sepulcro, la inscripción funeraria dice así: "Aquí descansa el abad Victoriano, grande como Pablo, ilustre como Antonio. A semejanza de Cristo, obró lo que enseñó. Llenó la Iberia y las Galias de enjambres monásticos, y puso en ellos ancianos venerables que le obedecían como a padre y maestro. Terminada en paz su peregrinación, emigró a la gloria".

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)