SANTOS
CRISTÓBAL, ANTONIO Y JUAN
1529 d.C.
23 de septiembre
En el
Estado de Tlaxcala en México existen tres niños
ejemplares que a partir de una fe total y muy firme nos muestran que
defender su causa es tenerle amor a Dios; como lo decía San
Agustín “No es el sufrimiento, sino la causa, lo que hace
auténticos mártires, el mártir no defiende su vida
sino su causa que en su convicción religiosa, su fidelidad a
Dios y a sus hermanos y esta se defiende muriendo”. A
continuación recordaremos el martirio que recibieron estos tres
niños Tlaxcaltecas.
El primero nacido en Atlihuetzía, Tlaxcala
aproximadamente en 1515 llamado Cristóbal, hijo de
Acxotécatl quien era el cacique principal, esto es, que
después de los cuatro señores en jerarquía
seguía él. Acxotécatl tenía cuatro hijos,
de los cuales Cristóbal era el hijo mayor y el predilecto.
Cristóbal aprendía mucho de la doctrina cristiana al
escuchar a los Frailes así que pidió el bautismo el cual
le fue administrado días después. Al igual que los
Frailes predicaba constantemente a su padre y a sus vasallos, sin
embargo su padre no lo tomaba en cuenta, así que comenzó
a tirar y romper los ídolos de su padre así como el
pulque con que se emborrachaba su padre y sus vasallos; al ver esto,
sus criados le dijeron a Acxotécatl el cual enojado
decidió quitarle la vida, así que lo tomo de los
cabellos, lo tiro al suelo y le dio crueles golpes y con un palo grueso
de encina le dio muchos golpes por todo el cuerpo hasta fracturarle los
brazos, piernas y las manos con que se defendía la cabeza, tanto
que casi de todo el cuerpo corría sangre mientras
Cristóbal invocaba a dios diciendo:
“Dios mio, tened misericordia de mí, y si tú
quieres que yo muera, moriré; y si tú quieres que viva,
libradme de mi cruel padre” Viendo que el niño seguía
vivo lo mando a arrojar a una hoguera, lo apuñaló y el
niño le dijo a su padre: “No pienses que estoy enojado, porque
yo estoy muy alegre, y sábete que me has hecho más honra
de los que vale tu señorío”.
Dos años después del martirio de
Cristóbal, llegó a Tlaxcala un Fraile llamado Fray
Bernardino Minaya, con otro compañero, los cuales iban
encaminados a la provincia de Huaxyacac y le pidieron a Fray
Martín de Valencia que les diese algún muchacho para que
les ayudasen a la misión evangelizadora. A esta petición
de ofrecieron inmediatamente Antonio y su criado Juan (provenientes de
Tizatlan, Tlaxcala). Al llegar a Tepeyacac Fray Bernardino Minaya
envió a los niños a que buscasen por todas las casas de
los indios los ídolos y se los trajeran. Ellos conocían
perfectamente el lugar y por ser niños, podían realizar
tal empeño sin que peligrasen sus vidas. Para realizar la
encomienda se alejaron un poco más de lo determinado a buscar si
había más ídolos en otros pueblos.
Y es en Cuahutinchan, Pue., cuando entrando en una casa y
destrozando los ídolos, vinieron dos indios, con unos
leños de encina, y sin decir palabra, descargaron su furia sobre
el muchacho Juan. Al ver Antonio la crueldad con que aquellos
ejecutaban a su criado, no huyó, sino que echó en el
suelo unos ídolos que tenía, pero ya los dos indios
tenían muerto a Juan, y luego hicieron lo mismo con él.
Al revivir este relato de nuestros queridos Niños
Mártires podemos adentrarnos en una muerte violenta pero que
lleva una aceptación, un sí sobre todo va cargada de
sentido: el dar testimonio de una verdad, la de un Dios único y
verdadero. El martirio de estos niños se hizo posible porque
ellos prefirieron sacrificar su vida, y optaron por defender sus
convicciones.
Es por eso que el trabajo evangelizador que desarrollaron
los ahora Seatos Tres Niños Mártires de Tlaxcala, a pesar
de su corta edad, pero llenos de amor y de Fe por llevar la Nueva Buena
encontraron la muerte al defender su causa. Así que siempre
recordemos que todos (sin excepción alguna) estamos llamados
para trabajar en la viña del Señor.