SANTA MARÍA
GUILLERMINA EMILIA
DE RODAT
1852 d.C.
19 de septiembre
Nació en Chateau Druelles (Rodez). Los rasgos de su
autobiografía no revelan nada extraordinario en el desarrollo de
su ser excepto que fue una niña caprichosa y con un
carácter fuerte, pero sí ponen de manifiesto su fina
sensibilidad, su rico mundo interior, su cercanía a la gente, su
inclinación al bien y a los más pobres. En su juventud le
gustaban las fiestas y los bailes, hasta que un día en una
confesión nos dice: “Fui iluminada sobre mi tibieza y pase de la
muerte a la vida sin lucha alguna... Dios tocó mi corazón
y lo volvió por entero hacia Él”.
Comenzó desde muy joven su relación con
Dios: "comencé a amar a Dios con todo mi corazón aunque
casi no lo conocía todavía". Determinadas circunstancias
familiares llevaron a Emilia a dedicarse a la educación de la
juventud en un pequeño centro de Villefranche. Quiso entregarse
a la educación de las niñas más pobres, pero
esperó que Dios le manifestase su voluntad: "Visitaba a los
pobres de la ciudad esperando que Dios me diese a conocer lo que
pedía de mí". Su director espiritual, el padre Marty le
pidió que ingresase en la Congregación de Religiosas de
Nevers, y allí su gozo se transformó en aridez espiritual
y los escrúpulos de conciencia llegaron a atormentarla de tal
modo, que hicieron aconsejable su regreso. Hizo voto religioso privado.
Ingresó en las Damas de la Adoración perpetua de Picpus
y, por fin, en Moissac, con las Hermanas de la Misericordia; pero se
sintió llamada a consagrarse a la educación de las
jóvenes, por la que ninguna de estas experiencias le satisfizo.
En el 1816 fundó, bajo la dirección de
monseñor Marty, un nuevo Instituto de enseñanza que dio
origen a la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia
de Villefranche, dedicado a la educación de los pobres, pero
poco a poco la Congregación fue ampliando su actividad, mas bajo
la presión de las circunstancias que por el deseo de la
fundadora: visita a los enfermos, dirección de dispensarios,
atención a los encarcelados, refugiados y niños
huérfanos. Para salvaguardar los momentos de oración, las
religiosas vivieron una intensa clausura en silencio y llevaron una
intensa vida de oración. Las obras no sufrieron por ello. En
1834 se añadió una nueva rama, la de las Hermanas de las
Escuelas, que no estaban sujetas al voto de clausura.
Tuvo la oposición del clero, las religiosas de la
casa de Saint-Cyr, donde se alojaba, e incluso de su familia que le
negó toda ayuda. Antes de su muerte confió a sus
hermanas: “Mi fe estaba como destruida. En cuanto a la esperanza, todo
me parecía probar que estaba perdida y abandonada de Dios.
Respecto a la caridad, Dios se me presentaba como mi enemigo”.
Vivió esta “noche oscura” durante 32 años, desde 1820
hasta poco antes de su muerte, en un estado de terrible sufrimiento
interior que no le impidió llevar con entereza el peso de la
Congregación y mantenerse atenta y solícita con cada una
de sus hermanas. Tuvo que soportar también la desconfianza del
padre Marty que llegó a dudar de su franqueza. Desde siempre
padeció zumbido en los oídos, pólipos en la nariz
y cáncer de ojo, y todas estas dolencias las soportó con
paciencia. Cerca del final de su vida, dejó la
administración de sus conventos a su sucesora, diciendo que ya
no le quedaba otra cosa que hacer sino sufrir. Fue canonizada por SS
Pío XII el 23 de abril de 1950.