SANTA MARÍA
FRANCISCA DE LAS CINCO LLAGAS
1791 d.C.
6 de octubre
Ana
María Gallo nació en Nápoles, en el seno de una
familia de clase media. Algunos meses antes de su nacimiento predijeron
su santidad los beato Francisco de Jerónimo y Juan José
de la Cruz. Su padre era brutal y ávido y la trató con
particular dureza, cuando rechazó casarse con el hombre que le
había elegido. Se hizo Terciaria franciscana de la reforma
alcantarina, en 1731, gracias a que un religioso franciscano
convenció a su padre.
Cambió su nombre por del de María Francisca
de las Cinco Llagas de Nuestro Señor Jesucristo. Las
intransigencias de su padre le dieron el amor a la Pasión de
Cristo y las brutalidades de sus hermanas hicieron de su santidad, un
trabajo colectivo. Continuó viviendo en su casa hasta que
encontró trabajo como gobernanta de un sacerdote, puesto que
ocupó durante 38 años.
Una vez que hubo profesado, se quedó a trabajar en
la tienda de su padre, que no desaprovechó momento para desatar
sobre ella su ira, lo mismo que el resto de la familia. A pesar de
ello, cuando su padre enfermó, María Francisca
pidió a Dios que le concediese la gracia de sufrir los
padecimientos de su padre. Se dedicó a la oración sobre
todo por los difuntos.
El cardenal arzobispo José Spinelli, para poner a
prueba su virtud, la encomendó por siete años a la
dirección espiritual del párroco Mostillo, quien
parecía ser de tendencias jansenistas. María Francisca
fue devotísima de la Pasión del Señor y de
María bajo el título de "Divina Pastora", cuyo
conocimiento y culto difundió. Favorecida con varios carismas
sobrenaturales, como la profecía y las visiones, fue vista a
menudo arrobada en éxtasis. Gozó de la familiaridad de
almas santas contemporáneas suyas: Sor Magdalena Sterlicco y el
barnabita el beato Francisco Javier María Bianchi, a quien
predijo el honor de los altares.
Extasis, arrobamientos, profecía le eran
familiares. Vivía ya de las cosas sobrenaturales, incomprendida,
perseguida, tratada como visionaria fue sometida a exámenes de
parte de las autoridades eclesiásticas. En 7 años de duro
martirio soportó todo con inalterada mansedumbre. Dios le
concedió gracias extraordinarias, entre ellas, la del matrimonio
místico y la estigmatización.
Asistida por muchos religiosos fieles, fortalecida con la
Eucaristía recibida como viático, expiró
serenamente en su celdita a la edad de 76 años en
Nápoles. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa
Lucía al Monte, donde es venerada al lado del sepulcro de san
Juan José de la Cruz. Fue canonizada en 1867 por el Beato
Pío IX.