SANTA MARÍA
EGIPCIACA
1 de abril
431 d.C.
En
Palestina, santa María Egipcíaca, célebre pecadora
de Alejandría, que por la intercesión de la
Bienaventurada Virgen se convirtió a Dios en la Ciudad Santa, y
llevó una vida penitente y solitaria a la otra orilla del
Jordán.
Según parece, la biografía de santa
María Egipciaca se basa en un corto relato, bastante
verosímil, que forma parte de la «Vida de San Ciriaco».
El santo varón se había retirado del mundo con sus
seguidores y, según se dice, vivía en el desierto al otro
lado del Jordán. Un día, dos de sus discípulos
divisaron a un hombre escondido entre los arbustos y le siguieron hasta
una cueva. El desconocido les gritó que no se acercasen, pues
era mujer y estaba desnuda; a sus preguntas, respondió que se
llamaba María, que era una gran pecadora y que había ido
allí a expiar su vida de cantante y actriz. Los dos
discípulos fueron a decir a san Ciriaco lo que había
sucedido. Cuando volvieron a la cueva, encontraron a la mujer muerta en
el suelo y la enterraron allí mismo. Este relato dio origen a
una complicada leyenda muy popular en la Edad Media, que se halla
representada en los ventanales de las catedrales de Bourges y de
Auxerre. Podemos resumirla así:
Natural de Alejandría, fue durante 17 años,
prostituta en su ciudad "no por intereses, ni por precio, ni dones que
le diesen, sino sólo por gusto".
Un día, con 30 años, quiso ir a
Jerusalén con unos peregrinos, no por devoción sino por
curiosidad, pagó el pasaje con su cuerpo prostituyéndose
con los marineros; una vez en la ciudad se dispuso a entrar con la
muchedumbre en la iglesia del Santo Sepulcro, pero una fuerza
sobrenatural la rechazó, mientras los demás entraban sin
obstáculos; era el día de la exaltación de la
Santa Cruz. Se arrepintió de una juventud hundida y
prometió ante una imagen de María "dar mano a todas las
cosas del siglo y entrar por la senda de salvación más
estrecha", entonces pudo traspasar las puertas de la iglesia pero... de
rodillas; escuchó una voz interior que le decía: "Vete al
otro lado del Jordán, y allí encontrarás el
descanso". Se dirigió al Jordán y con sólo tres
panes, adquiridos con tres monedas que le dieron de limosna, se
adentró en el desierto para vivir la penitencia en la soledad.
Allí pasó el resto de sus días. Comía
hierbas y frutas silvestres. Estaba ennegrecida por las inclemencias
del tiempo. Vivió sola, sin haber visto el rostro de un ser
humano en más de 40 años hasta que la encontró el
abad san Zósimo de Palestina, que fue quién le dio la
comunión, enterró su cuerpo y se le atribuye el relato de
su fantástica vida.