Nació
en Kaufbeuren (Alemania), era hija de un pobre tejedor de lana. Se hizo
tejedora, para ayudar a su padre, y su pobreza le impidió
durante mucho
tiempo ingresar en el monasterio de las franciscanas de su ciudad
natal. Sólo con la ayuda decisiva del alcalde protestante pudo
entrar
definitivamente en el convento. Su vida consagrada estuvo siempre
impregnada de amor alegre a Dios. Su intensa oración, mediante
fervorosos coloquios con la Trinidad y María, desembocó
muchas veces en
visiones místicas, de las que sólo habló por
obediencia con sus
superiores. Desde niña tuvo una devoción especial por el
Espíritu
Santo.
Cuando
fue finalmente aceptada en el convento fue tratada como una mendiga y
sostuvo muchísimas humillaciones de parte de sus cohermanas.
Durante
muchos años fue portera del convento, cargo que aprovechó
para
aconsejar a mucha gente y realizar generosas obras de caridad.
Más
tarde fue nombrada maestra de novicias. La dulzura con que lo
soportó
hizo cambiar a las religiosas que la eligieron su superiora en
1741.
Dirigió el monasterio de modo sabio y prudente. Solía
subrayar que sin
el amor a los demás no podía haber amor de Dios y que
“todo el bien que
se hacia al prójimo era tributado a Dios, que se escondía
en los
andrajos de los pobres”.
Fue
consejera espiritual de muchas personas, y tenía el don de
discernimientos de espíritus. El príncipe heredero y
arzobispo de
Colonia, Clemente Augusto, quedó tan prendado de su santidad que
llegó
a pedirle al Papa que la canonizara inmediatamente después de
muerta.
Gracias a ella su pequeño monasterio desempeñó un
sorprendente e
importante apostolado epistolar. Murió con tal fama de santidad
que el
monasterio de Kaufbeuren, se convirtió en lugar de
peregrinación para
católicos y protestantes. Fue
canonizada por SS Juan Pablo II el 25 de noviembre de 2001 en la Plaza
de San Pedro.