SANTA LIDVINA DE
SCHIEDAM
14 de abril
1433 d.C.
Nació en Schiedam en Holanda. Su padre era el sereno de la
ciudad. A los 15 años renunció al matrimonio porque
deseaba consagrarse a Dios. Un día de fuerte helada
sufrió una caída, mientras patinaba con unas amigas, que
la dejó paralizada durante 40 años. Todo será, a
partir de entonces, sufrimiento, donde las llagas, calenturas, huesos
desencajados, fortísimas jaquecas, continuos vómitos de
sangre, dolores en el pulmón, en el hígado y en el
vientre, imposibilidad de comer ni beber, abscesos que se reventaban,
antojos de cosas repugnantes como el agua sucia, un largo martirio sin
tregua, inmovilizada en el lecho. A los atroces tormentos
físicos vinieron a añadirse los morales, ya que
pasó terribles tentaciones de falta de fe, de miedo a
condenarse, de noches oscuras del espíritu. Los primeros cuatro
años sufrió una constante desolación interior,
hasta que alguien le dijo: "Hasta ahora has meditado poco en la
Pasión de Cristo; medita; y verás como el yugo del
Señor es suave. -Es imposible, no sé lo que es la
meditación" repitió algún tiempo.
Poco a poco, sus
sufrimientos se fueron uniendo a los de Cristo, hasta construir un
ideal redentor. Un día al traerle la comunión encuentra a
Jesús como los discípulos de Emaús y su
corazón permaneció ardiente en un apostolado de ideal
misionero y así en su sufrimiento pudo decir: "Señor,
perdón por esos pecados que cometen, contra Ti, los hombres".
Sus padecimientos los inmoló por la unión de la Iglesia
(en aquellos días se efectuaba el Cisma de Occidente). Unos la
tenían como santa y acudían a su poderosa
intercesión ya que obraba muchos milagros. Y otros la
consideraban una histérica, hasta loca y poseída del
demonio. Ella oía sin replicar y ofreciendo al Señor
cuanto le pasaba. Tomás de Kempis escribió su vida, y
ella misma decía que olvidaba su penoso estado cuando
veía el rostro de su ángel de la guarda, lo cual le hacia
suponer cuál no sería la hermosura del rostro de Dios.
Patrona de Schiedam.
El culto a la Beata Lidvina se ha extendido mucho
más allá de las fronteras de su patria, pues se ha
convertido en la patrona de las almas escogidas que viven retiradas del
mundo y hacen penitencia por los pecados de los otros. Aunque muy
frecuentemente se la llama «santa», Lidvina no ha sido
formalmente canonizada, pero su culto fue confirmado por León
XIII el 14 de marzo de 1890.