SANTA INÉS DE
MONTEPULCIANO
20 de abril
1317 d.C.
Nació en Gracciano Vecchio cerca de Montepulciano (Toscana).
Ingresó en el convento del “Sacco” a los nueve años, un
de los muchos conventos que pertenecían al grupo de fundaciones
de “la Penitencia”, que poco a poco fueron desapareciendo. Fue muy dada
a la oración desde que tuvo uso de razón. Parece ser que
fue una contemplativa precoz: se retiraba a lo más escondido de
su casa y allí pasó horas en oración y
contemplación. Rezó muchísimos padrenuestros y ave
marías.
En 1283, su comunidad
la envió como abadesa y fundadora de un nuevo monasterio en
Procena, donde se mostró una excelente superiora, en cuanto
organización y vida religiosa; al mismo tiempo comenzó a
sufrir fenómenos místicos. En 1306 se terminaron las
obras de un nuevo monasterio en Montepulciano sobre las ruinas de unos
burdeles, el de Santa María Novella, y por aclamación
popular se pidió que la abadesa fuera Inés. Como abadesa
tuvo que ocuparse de los negocios del monasterio, tanto espirituales
como materiales, y se relacionó con alguna frecuencia con la
Curia Romana, sobre todo, con el legado papal, pues el papa
residía en Aviñón.
Después de una
visión en la que se le aparecieron tres naves con
Agustín, Francisco y Domingo, invitándola a embarcar, se
puso bajo la tutela de los dominicos. La comunidad de Montepulciano, se
adhirió a las “Constituciones” de las religiosas
dominicas, poniéndose a disposición de los frailes
predicadores. A partir de ahora, Inés no será abadesa,
sino priora. Llamó la atención por su entrega sin
límites a toda clase de sacrificios (dormía en el suelo y
tenía una roca como almohada) y a la más rigurosa
obediencia de la observancia regular. Pronto todas las monjas se
fijaron en ella y trataban de copiar sus virtudes. Durante este tiempo
atendió a todo y a todos sin sufrir mengua por ello en su
dedicación y entrega a Dios. Se olvidó de sí misma
y se entregó a los cuidados que la obediencia le había
encomendado... De ella se cuentan multitud de milagros y
fenómenos místicos.
Toda su vida vivió
en Montepulciano, viviendo la caridad, y soportando sufrimientos
corporales (parece que sufría del estómago) y
sufrimientos de incomprensión y momentos de crisis espiritual.
Su cuerpo permanece incorrupto. Santa Catalina de Siena fue en
peregrinación a su tumba. Santa Catalina de Siena en sus “Diálogos” puso en boca de Cristo: "La
dulce virgen santa Inés, que desde la niñez hasta el fin
de su vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin
preocuparse de sí misma". Está enterrada en la iglesia de
Santo Domingo de Orvieto. Benedicto
XIII la canonizó el 10 de diciembre de 1726.