SANTA EUSTOQUIO DE
BELÉN
419 d.C.
28 de septiembre
Fue la
tercera y la más amada hija de santa Paula de Roma, abadesa de
Belén. Cuando san Jerónimo llegó a Roma,
procedente del Oriente, en el año de 382, Eustoquio y su madre
se pusieron bajo su dirección espiritual y, al ponerse de
manifiesto las fuertes inclinaciones de la joven hacia la vida
religiosa, muchos de sus amigos y parientes se mostraron alarmados. Un
tío suyo, llamado Himetio, y su esposa Pretéxtata,
trataron de convencerla para que se apartase de aquella vida austera e
hicieron intentos para interesarla en los placeres del mundo. Pero
todos los esfuerzos fueron vanos y la joven venció toda
oposición para tomar el velo y hacer los votos de virginidad.
Ella fue la primera doncella de la nobleza romana que tomó tal
resolución. Con el fin de guiarla y sostenerla en ella, san
Jerónimo le escribió en aquella ocasión su famosa
carta, conocida como «Para conservar la virginidad»,
alrededor del año 384.
Eustoquio debió buena parte de su formación
religiosa a santa Marcela, «la gloria de las damas
romanas», pero cuando santa Paula decidió seguir a san
Jerónimo a Palestina, Eustoquio lo dejó todo para irse
con ella. Al grupo se unieron otras doncellas que aspiraban a seguir la
vida religiosa; la comitiva se entrevistó con san
Jerónimo en Antioquía, hizo una visita a los Santos
Lugares, pasó a Egipto para conocer a los monjes del desierto de
Nitria y, por fin, se instaló en la ciudad de Belén.
Ahí quedaron establecidas tres comunidades de mujeres, en cuya
dirección Eustoquio colaboró activamente con santa Paula.
San Jerónimo nos ha dejado un relato sobre la vida sencilla y
devota que llevaban. Las dos mujeres, que habían aprendido el
griego y el hebreo, ayudaron a san Jerónimo en la
traducción de la Biblia, conocida como la Vulgata y, a su
solicitud, el santo escribió algunos comentarios sobre las
Epístolas a Filemón, a los Calatas, los Efesios y a Tito
y también dedicó a madre e hija algunos de sus trabajos,
puesto que, como él mismo comentó: «esas dos
mujeres son más capaces de conformar un buen juicio sobre esos
libros que muchos hombres». Aparte de sus tareas intelectuales,
santa Eustoquio se ocupaba en mantener limpia la casa, en dar brillo y
conservar llenas de aceite las lámparas y en cocinar.
En el año de 403, santa Paula cayó enferma,
y Eustoquio consagró su tiempo a cuidarla, sin apartarse de ella
más que para ir a la gruta de la Natividad para orar por su
salud. El 26 de enero del 404 murió santa Paula, y Eustoquio,
«como una niña a quien se trata de arrancar de los brazos
que la amparan, a duras penas pudo ser apartada del cuerpo de su
madre». Besaba una y otra vez sus párpados cerrados, le
acariciaba el rostro, los brazos, el pecho y seguramente hubiese
deseado que la sepultaran con ella.
En el 404 sucedió a su madre como abadesa del
monasterio. Se encontró con las finanzas del monasterio al borde
de la ruina y con innumerables deudas. Pero con la ayuda de san
Jerónimo y su propia energía, hizo frente a la
situación y logró solucionarla, gracias sobre todo a los
socorros económicos aportados por su sobrina, otra Paula, que
había ingresado a la comunidad de Belén. En el año
de 417, los bandoleros cayeron sobre el monasterio, lo incendiaron y
cometieron innumerables ultrajes, sobre todo lo cual informaron al
Papa, san Jerónimo, santa Eustoquio y la joven Paula. Eustoquio
no sobrevivió por mucho tiempo a aquellos terribles
acontecimientos. Sabemos que Eustoquio murió
pacíficamente alrededor del año 419, y fue sepultada en
la misma tumba que santa Paula, en una gruta vecina al lugar donde
nació Jesucristo. Ahí se encuentra hasta hoy la tumba,
pero está vacía, y nunca se ha sabido el destino que
tuvieron sus reliquias.