SANTA BENEDICTA HYON KYONG-NYON
29 de diciembre
1839 d.C.



   Benedicta Hyon Kyong-nyon nació en Seúl el año 1794. Era la hermana mayor de san Carlos Hyon Song-mun, e hija de padre católico de la primera hora. De él recibió la primera educación cristiana. Su padre murió mártir en 1801, y la familia se trasladó a vivir en Kumsong, en la provincia de Kangwon, y luego a Tognae, en la provincia de Kyongsang. Posteriormente volvieron a Seúl. A los 17 años se casó con un hijo de un mártir, pero a los tres años su marido murió sin que hubieran tenido hijos. Vuelve con su familia y decide vivir como una cristiana muy activa, ayudando a su hermano Carlos en sus estudios. Rezaba cada día con su madre y su hermano y daba magníficos consejos a los cristianos que la visitaban. También daba catecismo a los cristianos poco instruidos, animaba a los paganos a hacerse cristianos, visitaba a los enfermos y bautizaba a los niños en trance de muerte. Recibió con gran gozo la llegada del sacerdote chino P. Yu, de cuya casa se encargó y con el que colaboró en las actividades de las mujeres cristianas. Llegó luego el P. Maubant, el P. Chastan y el obispo Imbert.

   Y en 1839 comenzó una nueva persecución. Benedicta supo que ella estaba en la lista de los cristianos denunciados. Tomó precauciones para no ser reconocida, pero en julio fue arrestada. Debió comparecer ante el magistrado y fue torturada horriblemente en orden a conseguir su apostasía y a sacarle el paradero de su hermano. Torturada en público ocho veces y hasta veinte veces en privado, permaneció muy firme y soportó todos los tormentos. Los misioneros fueron capturados y ejecutados el 21 de septiembre. Mientras tanto Benedicta permaneció en la cárcel hasta que el 30 de septiembre fue llevada al Ministerio de Justicia. No fue sino hasta un mes más tarde cuando se la interrogó por primera vez, declarando su disposición a morir por Dios. Estaba muy enferma y tenía el cuerpo en pésimas condiciones cuando le llegó la sentencia de muerte. Pudo escribir una carta a su hermano consolándolo y animándolo. Su rostro irradiaba felicidad cuando fue sacada de la cárcel y subida al carromato que la llevó al lugar del suplicio.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)