SANTA ANA PAK A-GI
24 de mayo
1839 d.C.



   En Seúl, en Corea, santos mártires Agustín Yi Kwang-hon, en cuya casa se leían las Sagradas Escrituras; Águeda Kim A-gi, madre de familia, que recibió el bautismo en la cárcel; y sus siete compañeros, que fueron todos degollados a causa del nombre cristiano. Sus nombres son los siguientes: Damián Nam Myong-hyog, catequista; Magdalena Kim O-bi, Bárbara Han A-gi, Ana Pak A-gi, Águeda Yi So-sa, Lucía Pak Hui-sun y Pedro Kwon Tu-gin.

   El 24 de mayo de 1839 fue decapitado en Seúl, Corea, fuera de la llamada Puerta del Oeste un nutrido grupo de fieles seglares que se negaban firmemente a abandonar la fe cristiana que habían recibido con gozo en su corazón. Ni la prisión ni las amenazas de muerte fueron suficientes para que abandonaran la fe. Sostuvieron el combate con valor y entereza y pusieron a Jesús el Señor por encima de todas las cosas, incluyendo la propia vida. Todos estos ilustres confesores de la fe fueron canonizados por el Papa Juan Pablo II en Seúl el 6 de mayo de 1984.

   Ana Pak A-gi 
(1783 - 1839). Mujer de 46 años al tiempo de su martirio, había nacido en Kangch'on, Seúl, en 1783, dio una espléndida confesión de fe arrancándose de su familia por amor de Cristo.

   Nacida en una familia católica en un pueblecito de la ribera del río Han, tenía poca memoria a la hora de aprenderse el catecismo, pero ella misma decía que si su memoria era poca, su amor a Cristo era mucho. A los 18 años se casó con un católico y tuvo con él dos hijos y tres hijas, a los que procuró educar en el camino del Señor. Cuando comenzaron en la primavera de 1836 los arrestos de católicos ella habló a sus hijos de la gracia del martirio.

   Poco después ella, con su marido y su hijo mayor, eran arrestados. Su marido y su hijo, ante las torturas, apostataron, pero ella, pese a que las torturas le fueron redobladas, perseveró en la fe. Su marido y su hijo venían cada día a la prisión a pedirle que apostatara ella también y salvara su vida en bien de la familia, y le ponían al corriente del dolor de todos los otros miembros de la familia al pensar que iban a perderla. Ella, llena de angustia ante estas tentaciones que se le presentaban, no quería, sin embargo, apartarse de Cristo y tuvo valor no solamente de rechazar la apostasía sino de pedirles a su marido y a su hijo que se volvieran ellos atrás de su apostasía. En vista de su fortaleza acudieron amigos de la familia a la cárcel e insistieron ante ella poniéndole toda clase de argumentos y llamándola «corazón de piedra» al negarse a decir una sola palabra que hubiera podido devolverla a su hogar. A estas tentaciones venidas de fuera se unía la debilidad de su cuerpo por las torturas. El juez le insistió en que siguiera el ejemplo de su marido pero ella le anunció que moría con gusto por Cristo. Y fue condenada a muerte.

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(Parroquia San Martín de Porres)