SAN SABAS REYES SALAZAR
13 de abril
1927 d.C.
Nació
en Cocula (Jalisco), en el seno de una familia pobre; ayudó a la
economía familiar vendiendo periódicos. Estudió en
el seminario de Guadalajara y fue ordenado sacerdote en la
diócesis de Tamaulipas en 1911.
Dentro de esa
diócesis ejerció el ministerio en Tantoyucas, pero
hostigado por la primera racha persecutoria, pidió licencia para
regresar a Guadalajara, donde ejerció en varios pueblos hasta
que en 1919 fue destinado como capellán de hacienda de San
Antonia de Tototlán y luego vicario de la parroquia. Sencillo,
fervoroso, tenía especial devoción por la
Santísima Trinidad. Se dedicó a la formación
social y catequística.
No quiso marcharse de
su pueblo cuando estalló la Revolución, como lo
había hecho el párroco Vizarra, y se suspendió el
culto público en 1926. Regresaba de bautizar a un niño
cuando le avisaron de la presencia de soldados, y buscó refugio
en una casa, donde se pasó toda la noche en oración sin
querer hablar con nadie, ni comer, todo recogido en la plegaria. Una
delación, forzada por los soldados, hizo que fuera detenido.
Lo arrestaron junto con un
joven llamado, José Beltrán, y los llevaron a la plaza
del pueblo, y la gente intercedió por ellos, pero los soldados
respondían que daba igual que algún religioso fuera
inocente, que había que acabar con ellos y con quienes los
favorecían. Llegados a la parroquia, le preguntaron por el
párroco Vizarra, y él dijo que no sabía su
paradero. Entonces el general dispuso atormentarle para averiguar el
paradero del párroco. Lo ataron en una de las columnas de la
plaza del pueblo, le ataron sin que los pies tocaran el suelo, y le
insultaron mientras blasfemaban. Le hirieron con las bayonetas, las
piernas, los brazos y otras partes del cuerpo. El mártir
conservó una gran serenidad y decía que no sabía
nada, y durante tres días en la plaza de la localidad lo
torturaron con saña, le quemaron las manos, porque estaban
consagradas, hasta que lo remataron a balazos, en el cementerio del
pueblo, mientras gritaba “Viva Cristo Rey”. Sus restos reposan en el
templo parroquial. Fue canonizado
por san Juan Pablo II el 21 de mayo de 2000.