SAN PÍO DE
PIETRELCINA
1968 d.C.
23 de septiembre
Padre Pío
de Pietrelcina, al igual que San Pablo apóstol, puso en la
cumbre de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su
fuerza, su sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia
Jesucristo, se conformó a Él por medio de la
inmolación de sí mismo por la salvación del mundo.
En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan
generoso y perfecto que hubiera podido decir “con Cristo estoy
crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”
(Gal 2, 19). Derramó sin parar los tesoros de la graciaque Dios
le había concedido con especial generosidad a través de
su ministerio, sirviendo a los hombres y mujeres que se acercaban a
él, cada vez más numerosos, y engendrado una inmensa
multitud de hijos e hijas espirituales.
Este dignísimo seguidor de San Francisco de
Asís nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina,
archidiócesis de Benevento, hijo de Grazio Forgione y de
María Giuseppa De Nunzio. Fue bautizado al día siguiente
recibiendo el nombre de Francisco. A los 12 años recibió
el Sacramento de la Confirmación y la Primera Comunión.
El 6 de enero de 1903, cuando contaba 16 años,
entró en el noviciado de la orden de los Frailes Menores
Capuchinos en Morcone, donde el 22 del mismo mes vistió el
hábito franciscano y recibió el nombre de Fray
Pío. Acabado el año de noviciado, emitió la
profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la
profesión solemne.
Después de la ordenación sacerdotal,
recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, por motivos de salud
permaneció en su familia hasta 1916. En septiembre del mismo
año fue enviado al Convento de San Giovanni Rotondo y
permaneció allí hasta su muerte.
Enardecido por el amor a Dios y al prójimo,
Padre Pío vivió en plenitud la vocación de
colaborar en la redención del hombre, según la
misión especial que caracterizó toda su vida y que
llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los
fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la
celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su
actividad apostólica era aquél en el que celebraba la
Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la
altura y profundidad de su espiritualidad.
En el orden de la caridad social se comprometió en
aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente
con la fundación de la “Casa del Alivio del Sufrimiento”,
inaugurada el 5de mayo de 1956.
Para el Padre Pío la fe era la vida: quería
y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la
oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en
coloquio con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la
oración lo encontramos. La oración es la llave que abre
el corazón de Dios”. La fe lo llevó siempre a la
aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales.
No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en
Dios, sino que infundía, con las palabras y el ejemplo, estas
virtudes en todos aquellos que se le acercaban.
El amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus
esperanzas; la caridad era el principio inspirador de su jornada: amar
a Dios y hacerlo amar. Su preocupación particular: crecer y
hacer crecer en la caridad.
Expresó el máximo de su caridad hacia el
prójimo acogiendo, por más de 50 años, a
muchísimas personas que acudían a su ministerio y a su
confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio:
lo buscaban en la iglesia, en la sacristía y en el convento. Y
él se daba a todos, haciendo renacer la fe, distribuyendo la
gracia y llevando luz. Pero especialmente en los pobres, en quienes
sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de
Cristo y se entregaba especialmente a ellos.
Ejerció de modo ejemplar la virtud de la prudencia,
obraba y aconsejaba a la luz de Dios.
Su preocupación era la gloria de Dios y el bien de
las almas. Trató a todos con justicia, con lealtad y gran
respeto.
Brilló en él la luz de la fortaleza.
Comprendió bien pronto que su camino era el de la Cruz y lo
aceptó inmediatamente con valor y por amor. Experimentó
durante muchos años los sufrimientos del alma. Durante
años soportó los dolores de sus llagas con admirable
serenidad.
Cuando tuvo que sufrir investigaciones y restricciones en
su servicio sacerdotal, todo lo aceptó con profunda humildad y
resignación. Ante acusaciones injustificadas y calumnias,
siempre calló confiando en el juicio de Dios, de sus directores
espírituales y de la propia conciencia.
Recurrió habitualmente a la mortificación
para conseguir la virtud de la templanza, de acuerdo con el estilo
franciscano. Era templado en la mentalidad y en el modo de vivir.
Consciente de los compromisos adquiridos con la vida
consagrada, observó con generosidad los votos profesados.
Obedecióen todo las órdenes de sus superiores, incluso
cuando eran difíciles. Su obediencia era sobrenatural en la
intención, universal en la extensión e integral en su
realización. Vivió el espíritu de pobreza con
total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de
las comodidades y de los honores. Tuvo siempre una gran
predilección por la virtud de la castidad. Su comportamiento fue
modesto en todas partes y con todos.
Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los
dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos. En
medio a tanta admiración del mundo, repetía: “Quiero ser
sólo un pobre fraile que reza”.
Su salud, desde la juventud, no fue muy robusta y,
especialmente en los últimos años de su vida,
empeoró rápidamente. La hermana muerte lo
sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los
81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una
extraordinaria concurrencia de personas.
El 20 de febrero de 1971, apenas tres años
después de su muerte, Pablo VI, dirigiéndose a los
Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: “¡Mirad
qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en
torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque
era un filósofo? ¿Porqué era un sabio?
¿Porqué tenía medios a su disposición?
Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana
a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible
de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración
y de sufrimiento”.
Ya durante su vida gozó de notable fama de
santidad, debida a sus virtudes, a su espíritu de
oración, de sacrificio y de entrega total al bien de las almas.
En los años siguientes a su muerte, la fama de
santidad y de mila-gros creció constantemente, llegando a ser un
fenómeno eclesial extendido por todo el mundo y en toda clase de
personas.
De este modo, Dios manifestaba a la Iglesia su voluntad de
glorificar en la tierra a su Siervo fiel. No pasó mucho tiempo
hasta que la Orden de los Frailes Menores Capuchinos realizó los
pasos previstos por la ley canónica para iniciar la causa de
beatificación y canonización. Examinadas todas las
circunstancias, la Santa Sede, a tenor del Motu Proprio “Sanctitas
Clarior” concedió el nulla osta el 29 de noviembre de 1982. El
Arzobispo de Manfredonia pudo así proceder a la
introducción de la Causa y a la celebración del proceso
de conocimiento (1983-1990). El 7 de diciembre de 1990 la
Congregación para las Causas de los Santos reconoció la
validez jurídica. Acabada la Positio, se discutió, como
es costumbre, si el Siervo de Dios había ejercitado las virtudes
en grado heroico. El 13 de junio de 1997 tuvo lugar el Congreso
peculiar de Consultores teólogos con resultado positivo. En la
Sesión ordinaria del 21 de octubre siguiente, siendo ponente de
la Causa Mons. Andrea María Erba, Obispo de Velletri-Segni, los
Padres Cardenales y obispos reconocieron que el Padre Pío
ejerció en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y
las relacionadas con las mismas.
El 18 de diciembre de 1997, en presencia de Juan Pablo II,
fue promulgado el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes.
Para la beatificación del Padre Pío, la
Postulación presentó al Dicasterio competente la
curación de la Señora Consiglia De Martino de Salerno
(Italia). Sobre este caso se celebró el preceptivo proceso
canónico ante el Tribunal Eclesiástico de la
Archidiócesis de Salerno-Campagna-Acerno de julio de 1996 a
junio de 1997. El 30 de abril de 1998 tuvo lugar, en la
Congregación para las Causas de los Santos, el examen de la
Consulta Médica y, el 22 de junio del mismo año, el
Congreso peculiar de Consultores teólogos. El 20 de octubre
siguiente, en el Vaticano, se reunió la Congregación
ordinaria de Cardenales y obispos, miembros del Dicasterio y el 21 de
diciembre de 1998 se promulgó, en presencia de Juan Pablo II, el
Decreto sobre el milagro.
El 2 de mayo de 1999 a lo largo de una solemne
Concelebración Eucarística en la plaza de San Pedro Su
Santidad Juan Pablo II, con su autoridad apostólica
declaró Beato al Venerable Siervo de Dios Pío de
Pietrelcina, estableciendo el 23 de septiembre como fecha de su fiesta
litúrgica.
Para la canonización del Beato Pío de Pietrelcina,
la Postulación ha presentado al Dicasterio competente la
curación del pequeño Mateo Pio Colella de San Giovanni
Rotondo. Sobre el caso se ha celebrado el regular Proceso
canónico ante el Tribunal eclesiástico de la
archidiócesis de Manfredonia‑Vieste del 11 de junio al 17 de
octubre del 2000. El 23 de octubre siguiente la documentación se
entregó en la Congregación de las Causas de los Santos.
El 22 de noviembre del 2001 tuvo lugar, en la Congregación de
las Causas de los Santos, el examen médico. El 11 de diciembre
se celebró el Congreso Particular de los Consultores
Teólogos y el 18 del mismo mes la Sesión Ordinaria de
Cardenales y Obispos. El 20 de diciembre, en presencia de Juan Pablo
II, se ha promulgado el Decreto sobre el milagro y el 26 de febrero del
2002 se promulgó el Decreto sobre la canonización.