Nicetas
nació en Cesarea de Bitinia. En su juventud se sintió
atraído por la vida solitaria, y su anciano padre espiritual lo
inició en el ascetismo. Satisfecho, su maestro lo envió
al monasterio de Medikion para completar su formación. San
Nicéforo (que no debe confundirse con el patriarca san
Nicéforo que gobernaba en esos mismos años en la sede de
Constantinopla) había fundado este nuevo complejo religioso en
en la base del monte Olimpo, en Bitinia, y el número
todavía ínfimo de monjes le permitía seguir
adecuadamente a Nicetas para prepararlo a la vida religiosa. Persuadido
de sus naturales inclinaciones y de su docilidad a las particulares
exigencias de la vida monástica, en el 790 le hizo conferir la
ordenación presbiteral por el Patriarca Tarasio, y lo
asoció a sí mismo en el gobierno del monasterio.
En el 813, cuando
murió Nicéforo, Nicetas -en contra de su innata humildad-
tuvo que aceptar la dignidad de hegúmeno. En el 815
sufrió mucho defendiendo el culto de las imágenes contra
León III el Armenio que desencadenó la persecución
iconoclasta y Nicetas fue una de las primeras víctimas: puesto
en prisión, fue luego encerrado en el fuerte de Masaleón,
en Asia Menor. El emperador lo convocó después a
Constantinopla para inducirlo a ceder, consiguiendo al fin que abrazara
las ideas iconoclastas. Nicetas fue luego ayudado por sus amigos, en
particular por san Teodoro Estudita, y volver a la ortodoxia, pero el
soberano se vengó de la traición exiliándolo a la
pequeña isla de Santa Gliceria, donde fue sometido a no pocas
torturas por mano del eunuco Antimio, gran enemigo de quienes
permanecían fieles al culto de los iconos. En la noche de
Navidad del 820 León V fue asesinado, y Nicetas recobró
la libertad, prefiriendo no obstante no retornar a Medikion sino
retirarse a una vida austera en una dependencia del monasterio cerca de
Constantinopla, donde murió el 3 de abril del 824.
Las reliquias del Santo fueron trasladadas al monasterio
de Medikion, donde fueron
recibidas triunfalmente. San Teodoro Estudita, que en su momento
había deplorado su defección, pronunció su elogio
y lo proclamó insigne defensor de las imágenes. Su «Vita»
fue escrita por uno de sus monjes, Teostericto, que vivió con
él, y por lo cual tiene un especial valor.