SAN MODESTO DE JERUSALÉN
17 de diciembre
634 d.C.



   En el año 614, el general persa Romizanes, entró en Palestina, donde fue bien acogido por los judíos y los samaritanos, en tanto que los cristianos, afectados por divisiones internas, fueron incapaces de defenderse. La invasión terminó con el incendio de iglesias y la muerte de muchos cristianos, la esclavitud, el destierro del patriarca Zacarías, hasta Persia. Durante algunos años, los habitantes de Palestina tuvieron que soportar un régimen de terror, sometidos como estaban a los excesos de los persas y a las represalias de los judíos que aprovecharon la situación para destruir las iglesias. Cosroes sólo apoyaba a los cristianos monofisitas y había peligro que los cristianos ortodoxos cayeran en la herejía.

   Fue entonces cuando apareció de nuevo en escena el hegúmeno Modesto, con el valor suficiente para emprender la reconstrucción moral y material de la Ciudad Santa. La tarea era ardua, y Modesto no hizo el intento de crear, sino solamente de restaurar. Comenzó por la más venerable de las basílicas, la del Santo Sepulcro, a la que restauró en todas sus partes; luego continuó con la Anástasis, el Cranion, la capilla del Calvario y la iglesia de la Cruz, así como la gran basílica del Martyrium. que, a partir del siglo IX, llevó el nombre de su constructor, San Constantino. Con el nombre de «Madre de las iglesias», el monje Antíoco designa a la gran basílica de la ciudad alta que se hallaba en el lugar donde estuvo el Cenáculo y que, con el nombre de Santa Sión, fue objeto de una veneración particular. En el Monte de los Olivos, Modesto se preocupó especialmente del grupo formado por la iglesia de la Ascensión y la de Santa Elena.

  Jerusalén le debió a Modesto la fisonomía que conservó hasta la época de las Cruzadas, puesto que su actividad no se limitó a las grandes basílicas, sino que alcanzó también a muchas iglesias secundarias, como la de San Juan Bautista, que aún existe. Mientras Modesto se ocupaba de sus reconstrucciones, el emperador Heraclio, con una serie de campañas triunfales, arrebató a los persas todas sus conquistas. Cuando exigió la evacuación total de Siria, recuperó las reliquias de la verdadera Cruz. Las mandó trasladar a Tiberíades y él mismo las acompañó hasta Jerusalén, a donde llegó en marzo de 630.

   Como el patriarca Zacarías había muerto en el exilio, Heraclio pensó que no podía haber mejor sucesor que aquél que había ocupado su lugar durante largo tiempo y, en consecuencia, Modesto fue el patriarca de Jerusalén. El emperador Heraclio lo llevó consigo hasta Damasco para hacerle entrega del dinero del fisco de Siria y de Palestina. Aún quedaba mucho trabajo por hacer en las iglesias de Jerusalén, y Modesto continuó sin descanso sus tareas de restaurador y sus giras de inspección, pero la muerte le sorprendió en una de éstas, en Sozón, población fronteriza de Palestina. Por aquel entonces, circuló con insistencia el rumor de que los compañeros de viaje de Modesto le habían envenenado para apoderarse del oro que llevaba consigo. El cuerpo de Modesto fue trasportado a Jerusalén y sepultado en la basílica del Martyrium. «La memoria de Modesto, patriarca de Jerusalén, reconstructor de Sión después del incendio», fue honrada en la Ciudad Santa.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)