Nació
en Udine. Ingresó en el seminario de su ciudad donde fue
ordenado sacerdote en 1827. Junto con su hermano sacerdote, Carlos,
colaboró como director del asilo de huérfanas, logrando
la ampliación del establecimiento; aquí estuvo 18
años y vió la necesidad de fundar una congregación
femenina que se hiciera cargo del establecimiento que se
llamaría "la Casa de las Abandonadas" o "Instituto de la
Providencia". Y así en 1845, fundó con las maestras del
asilo la Congregación de las Hermanas de la Divina Providencia,
y para las jóvenes que salían de su establecimiento y
necesitaban empleó creó "la Casa de la Providencia".
Por entonces se
estableció en Udine una casa de filipenses, basándose en
que, al no ser religiosos, las leyes ponían menos trabas a su
establecimiento. Luis decidió ingresar en el Oratorio para
enmarcar su espiritualidad en el espíritu de caridad de san
Felipe Neri. Una vez dentro de los oratorianos siguió al frente
de su fundación. Fundó también casas para
huérfanos y para las chicas que han alcanzado la edad adulta y
que no se han casado y no tienen lugar para vivir; completó su
obra protegiendo a las sordomudas con la creación de "la Obra de
las Sordomudas". "Los pobres y los enfermos son nuestros patronos y
hacen presente la persona misma de Jesús".
No sólo se
dedicó a estas obras benéficas sino que también
colaboró en otras obras benéficas de la diócesis,
prestando su colaboración con buen agrado y eficacia. Hombre de
gran vida interior, conservó siempre una gran sencillez y
pobreza de vida y una forma humilde y modesta de comportarse. Dijo:
"Quiero ser fiel a Cristo, estar dedicado plenamente a él en mi
caminar hacia el cielo, y conseguir hacer de mi vida copia de la suya".
Murió octogenario en Udine. Fue
canonizado por San Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.