SAN JUAN DAMASCENO
(Doctor de la Iglesia)
4 de diciembre
750 d.C.



   Se llamaba Juan Mansúr y había nacido en Damasco, en el seno de una familia de origen sirio, y probablemente de religión cristiana ortodoxa calcedoniana. Hijo de un gran funcionario del califato de Damasco (su padre se llamaba Yahia Ibn Sargur Mansur; Constantino Coprónimo le cambió el nombre por el término infamante de "manzer", o sea, "bastardo", porque era el administrador económico del califato), apenas veinte años después de la muerte de Mahoma. Fue educado probablemente por un monje siciliano llevado prisionero por los sarracenos a Damasco. Al morir su padre, Juan le sucedió en el cargo, llegando gran visir, es decir, ministro de finanzas de la corte del califa, hasta que, por razones políticas, el soberano negó sus favores a la familia de Juan, de modo que tuvo alejarse de Damasco. Parece ser que tuvo un hermano adoptivo, san Cosme de Jerusalén, obispo de Mayuma. La leyenda dice que el emperador León III, falsificó una carta de Juan, en la que tramaba la entrega de Damasco traicionando de este modo al califa, éste le hizo cortar la mano derecha pero la Virgen se la restituyó íntegra por la noche.

   Juan recaló en Jerusalén, y aquí ingresó en la cercana laura de Mar Sabas. Su vida monástica fue al principio muy severa, por las pruebas a las que fue sometido. Allí tuvo como maestro a san Cosme, su hermano, quién le impuso no hablar, no escribir, no leer, no cantar, ... cuando el hegúmeno quedó convencido de que su obediencia era perfecta le liberó de estas prohibiciones y le instruyó para que escribiera. Ciertamente pudo dedicarse a sus estudios, componiendo obras (entre ellas la “Fuente del Saber”, primer compendio de dogmática e himnos litúrgicos, así como el primer escrito cristiano sobre el Islam, que los considera como una herejía cristiana). Tuvo una gran devoción por María a quién dedicó la mayoría de sus escritos. Fue ordenado sacerdote (726) por el patriarca de Jerusalén, Juan V, que se sirvió de él como predicador y escritor, especialmente durante la polémica iconoclasta suscitada por León III el Isáurico en el 730, tal vez influido también por el edicto del califa Yadiz del 720, en el que condenaba como idolatría el culto de las imágenes de los cristianos. Junto con san Germán, patriarca de Constantinopla, y con el papa san Gregorio II, Juan se convirtió en uno de los principales defensores del culto de las imágenes. Su defensa de este culto se resume en esta frase: "No es la materia lo que nosotros veneramos, sino lo que ella representa; el honor que se tributa a la imagen se transmite a su ejemplar". Escribió tres “Discursos en defensa de las imágenes”.

   Es probable que muriera en su celda monástica, aunque otros biógrafos digan que recorrió las provincias de Oriente para fortificar a los cristianos contra los iconoclastas, hasta que sucumbió mártir por la fe. Fue el último de los Padres griegos y el primero de los cristianos aristotélicos. Los musulmanes lo confundieron con san Juan Bautista, por lo que veneran su tumba en la mezquita de los omeyas en Damasco, aunque sus restos desaparecieron en Constantinopla.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)