SAN INOCENCIO DE
TORTONA
17 de abril
350 d.C.
En lo
que hoy se llama el valle de Sant’Innocezo, a pocos kms de Tortona
junto a Rocca Grue, surgían, al inicio del siglo IV, algunas
villas, a lo largo del río “Coluber” el actual torrente Grue,
pertenecientes a nobles familias patricias tortonesas. Una de estas,
villa Floriaca, pertenecía a la familia cristiana de los Quinzio
y era un lugar habitual para la oración y refugio durante las
persecuciones, gracias a la alta posición de sus propietarios,
quizás pertenecientes a la clase senatorial, y la tácita
complacencia de los prefectos romanos de Dertona (hoy Tortona). Quinzio
con su mujer Innocenza, noble dama de Lucca, y su hijo Inocencio,
fueron protectores de los cristianos tortoneses, hasta que en la
última y tremenda persecución decretada por Diocleciano,
también ellos sucumbieron.
El obispo de Dertona
Julián y su diácono Mayodoro, fueron arrestados en la
villa Floriana; Julián fue decapitado y Mayodoro
consiguió esconderse, mientras Inocencio, con 20 años,
fue encarcelado y los bienes de su familia confiscados: corría
el año 303 y la Iglesia tortonesa fue disuelta desde los
fundamentos, como jamás había sucedido desde su
fundación y la sucesión de obispos se interrumpió
durante 15 años. Con la paz de Constantino y el fin de las
persecuciones en el 313, los cristianos levantaron la cabeza y a
Dertona regresó el obispo en la persona del diácono
Mayodoro, ordenado por el obispo de Milán san Materno en el
318.
Durante este tiempo
Inocencio marchó a Roma para obtener del Emperador los bienes
paternos confiscados durante la persecución y obtuvo para su
causa el apoyo del papa san Silvestre, que lo ordenó
diácono reteniéndolo algunos años consigo y
después lo envió a Tortona como obispo, después de
consagrarlo personalmente en el 325. Noble, rodeado de la aureola del
martirio, acompañado de la bendición del Papa y de la
protección del Emperador, Inocencio regresó a su tierra
natal, inaugurando una nueva primavera para la Iglesia tortonesa.
Se prodigó por confirmar en la fe a los cristianos y para
convertir a los paganos. Reorganizó a los fieles de la ciudad y
del campo dio por primera ver en la historia una definitiva
fisonomía territorial a la diócesis. Después de
haber donado sus bienes familiares a la diócesis, se
preocupó de instalar en Tortona monumentos de la fe cristiana,
que finalmente podía salir con dignidad a la luz del sol;
edificó una gran basílica sobre la colina que dominaba la
ciudad, dedicada a santos Sixto y Lorenzo como homenaje a los
mártires de la Iglesia romana. Luego edificó la iglesia
de los Doce Apóstoles, la de San Estebán. Edificó
el baptisterio y la iglesia de Santa María. Donde estaba la
sinagoga, que hizo demoler, construyó la catedral.
Inocencio tenía
una hermana, que tomó, según costumbre de la
época, el mismo nombre que su madre: Inocencia; deseosa de
consagrarse al Señor, vivió en oración y caridad
junto a su hermano. Inocencio construyó para ella un palacio; a
Inocencia se le unieron otras mujeres que tenían los mismos
ideales y que formaron el núcleo de lo que, algunos siglos
después, cuando la vida religiosa se había reafirmado y
organizado en la Iglesia, el monasterio de Santa Eufemia.
La gloria más
grande atribuída a Inocencio por la tradición tortonesa
es el hallazgo milagroso del cuerpo del primer obispo y mártir
de Tortona: san Marciano. Lleno de alegría, Inocencio
sustituyó la primitiva tumba por una grandiosa basílica,
que después será la importante abadía de San
Marciano. Inocencio murió después de gobernar su
diócesis durante 28 años y dejarla grande y floreciente,
fecunda en santidad y firme en la fe, hasta tal punto que su sucesor,
Exuperancio, fue uno de los más enconados enemigos de la
herejía arriana, junto con San Ambrosio y San Eusebio.