SAN GERALDO DE SAUVE-MAJEURE
5 de abril
1095 d.C.



  Natural de Corbie (Picardía), fue educado y se hizo benedictino en la abadía de su ciudad natal donde ejerció como ecónomo. Súbitamente le sobrevino una dolorosa enfermedad que, por los síntomas que describe su biógrafo, debió ser una meningitis. Los dolores le impedían pegar los ojos y casi le hacían perder la razón. Los doctores le sangraron y medicinaron, sin conseguir ningún resultado. Naturalmente, el santo no podía ni siquiera orar. Al recuperar la salud, comprendió que lo mejor que podía hacer era servir a Dios en el prójimo y se dedicó a cuidar a tres enfermos, en honor de la Santísima Trinidad. Su abad le llevó consigo a Roma, con la esperanza de que ahí obtendría la salud. Juntos visitaron la tumba de los Apóstoles, y San León IX confirió a Gerardo la ordenación sacerdotal. 

   Cuando regresó a Corbie fue curado por el abad san Adalardo, y algunos autores afirman que fue abad de este monasterio. Lleno de agradecimiento, el santo redobló sus penitencias y mortificaciones. Tuvo una visión de Cristo que descendía de la cruz, posaba la mano sobre su cabeza y le decía: "Hijo mío, ten confianza en Dios y en el poder de su brazo". Una peregrinación a Jerusalén fue para Gerardo otra fuente de inspiración y consuelo. Poco después de su vuelta, los monjes le elidieron abad de San Vicente de Laon. Pero se trataba de una abadía en la que reinaban la indisciplina y la relajación. Incapaz de reformar a los monjes, Gerardo renunció al cargo y partió con algunos compañeros hacia el sur, en busca de un sitio apto para una nueva fundación. Luego fue abad de Saint Medard en Soissons pero fue expulsado por un usurpador. 

   En Aquitania, no lejos de la actual ciudad de Burdeos, Guillermo VII, conde de Poitou, les regaló unos bosques; ahí fundaron en 1079 la abadía benedictina de Sauve-Majeure (Silva Major), de la que Gerardo fue el primer abad. Los monjes trabajaban la tierra y misionaban en los alrededores; Gerardo se distinguió entre todos como predicador y confesor. Introdujo la costumbre de celebrar la misa y rezar el oficio de difuntos, durante treinta días después la muerte de los miembros de la comunidad y la práctica de poner pan y vino en el sitio que el difunto ocupaba en la mesa, para darlos después a los pobres. La costumbre se popularizó en otros monasterios y hasta en algunas parroquias; pero al cabo de un tiempo, las ofrendas que se depositaban sobre las tumbas empezaron a destinarse a los sacerdotes en vez de darse a los pobres. Fue canonizado por Celestino III el 27 de abril de 1197.

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(Parroquia San Martín de Porres)