SAN FRANCISCO CH'OE KYONG HWAM
1839 d.C.
12 de septiembre



   Nació en la ciudad de Taraekkol, en el distrito de Hongjugun, provincia de Chungcheong, en Corea del Sur, en el seno de una familia cristiana. A causa de la dilatada ausencia de sacerdotes, los católicos del lugar lo eran solo de nombre, ya que se dedicaban a prácticas rituales y supersticiosas de todo tipo. No soportando esta situación, Francisco, animó a sus hermanos a dejar su ciudad natal y trasladarse con él a la capital, Seúl.
Por motivos desconocidos, perdió gran parte de sus propiedades. Sin buscar venganza, con su familia se trasladaron, a una aldea en el monte Suri, en la provinci de Kyonggi. Deforestó la zona para que otras familias católica que huían pudieran construir sus casas y se dedicó al cultivo de tabaco.

   El número de familias creció y de tres o cuatro pasaron a ser veinte. Por la tarde, Francisco, reunía a los fieles en su casa y les explicaba la doctrina cristiana; pronto, llegaron otras personas de lugares lejanos, atraídos por su capacidad oratoria puesta al servicio del Evangelio. No estaba muy instruido, pero había madurado un gran amor a Dios y a las enseñanzas de su Iglesia mediante la lectura de textos espirituales. Continuamente estaba en unión con Dios y sus conversaciones estaban únicamente dedicadas a El.

   En 1836, llegó a Corea el padre san Pedro Filiberto Maubant, el cual siendo consciente de la dificultad que tenían los sacerdotes extranjeros para entrar en el país, decidió enviar a ultramar a los jóvenes coreanos que tuvieran vocación sacerdotal. El hijo mayor de Francisco, Tomás Yang-eop, fue recomendado por su extraordinaria inteligencia. El padre Maubant le pidió a sus padres permiso para que lo dejaran marchar a Macao, los cuales, viendo en ello la voluntad de Dios, no dudaron en consentirlo, teniendo en cuenta que la cultura confucionista en Corea, los coreanos eran reacios a enviar lejos a sus hijos.

   En 1839, Francisco fue oficialmente nombrado catequista, justo cuando la persecución había rebrotado: muchos fueron martirizados. El, organizó una colecta y comenzó a viajar para ayudar con aquel dinero ya sea a los católicos presos, como a los no creyentes pobres. También se ocupaba de sepultar a los muertos. Cuando regresó a su hogar, informó a sus familiares la posibilidad del martirio. Recogió todos los objetos religiosos que había en su casa y los enterró para que no fueran profanados.

   En la noche del 31 de julio de 1839, la policía llegó a la aldea, rodearon la casa de nuestro santo y con gritos e insultos, entraron. Francisco les dio la bienvenida como si fueran huéspedes, les invitó a comer arroz y vino y a que descansasen hasta el alba. Los soldados, asombrados, por aquella actitud, aceptaron el ofrecimiento, convencidos que no había riesgo de fuga. Francisco aprovechó la ocasión para darse una vuelta por la aldea e invitar a sus habitantes a que se entregaran a la policía y afrontar el martirio. A sus hijos les dijo que mejor era morir en la cárcel testificando la fe, que pasar hambre en casa.

   Al amanecer, después que los soldados hubieran desayunado, los moradores de la aldea fueron interrogados uno a uno para que confesaran si eran católicos: quién apostataba se le dejaba libre. Unas 40 personas, incluídas mujeres y niños, fueron conducidos a Seúl. A la cabeza del grupo estaba Francisco, que los animaba a meditar en el sufrimiento de Cristo. Era pleno verano y el calor hizo que el camino fuera muy duro para los mas débiles. En el trayecto había personas que los insultaban deseándoles la muerte, y otros, se compadecían de ellos.

   Después de llegar a Seúl, Francisco fue conminado a renegar de su fe y a no predicarla, él se negó y por ello fue cruelmente torturado. No pasó lo mismo con el resto de la comitiva de presos y al final, después de las torturas, sólo permanecieron fieles a su fe tres personas: Francisco, dolorido por la apostasía de los otros, su mujer María y una pariente, Yi Emerenzia. Cuando los jueces supieron que su hijo había partido para Macao, lo torturaron de tal modo que le rompieron los huesos de los brazos y de las piernas, pero Francisco permaneció fiel a su fe. Nueve meses pasó en la cárcel en contínuas torturas, pero no dejó nunca de rezar y de predicar el Evangelio a quién quisiera oirle. Enumerar los diversos suplicios que soportó con gran heroicidad, sería demasiado extenso para esta biografía. El 11 de septiembre, de nuevo compareció ante el tribunal y de nuevo fue torturado. Regresó a su celda sabiendo que se estaba muriendo y les dijo a sus compañeros: “He esperado testificar mi fe muriendo bajo la espada. Pero es voluntad de Dios que muera en prisión”. Algunas horas después, expiró, tenía 34 años.

   Su mujer, después de ver morir en sus brazos a uno de sus hijos, apostató, pero pronto se arrepintió y fue decapitada en 1839. Su hijo Tomás, fue el segundo sacerdote coreano, ordenado en 1849, regresó a su país y predicó el Evangelio y escribió numerosos libros sobre usos y costumbres coreanas, así como los testimonios de la fe del país, ganándose el epíteto de “mártir del sudor”. Está abierto su proceso de beatificación. Francisco fue canonizado con otros mártires en 1984 por el Papa San Juan Pablo II.

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(Parroquia San Martín de Porres)