SAN ALONSO RODRIGUEZ
1617 d.C.
31 de octubre
Estaba un día enfermo y le llevó el
enfermero la comida a la cama con un mandato de parte del Padre
Superior: «que se coma todo el plato». Cuando regresa el
enfermero, le encuentra deshaciendo el plato y comiéndolo
pulverizado. El santo se impuso a sí mismo una obediencia ciega;
se exigió a sí mismo tanto que uno de los padres le dijo
un buen día «que obedecía a lo asno».
Nació en Segovia en el año 1533, segundo de
los once hijos del matrimonio formado por Diego Rodríguez y
María Gómez que vivían del comercio de
paños.
Su niñez y juventud estuvieron ligadas a la
Compañía de Jesús. A los doce años fueron
alojados en su casa Pedro Fabro y otro jesuita, cuyas enseñanzas
atesoró. Estudió en el Colegio de los jesuitas de
Alcalá de Henares.
A la muerte de su padre se encarga de sacar adelante el
negocio familiar, pero su incompetencia es notable para el negocio de
los paños.
Contrae matrimonio con María Juárez con
quien tiene dos hijos. Pero la mala fortuna parece que le persigue:
muere uno de sus hijos y su mujer y el negocio va de mal en peor; luego
fallece su otro hijo y su madre. Alonso se ha quedado solo.
Se produce entonces una crisis fuerte que resuelve con
confesión general y con el deseo de comenzar una nueva vida
tomando un impresionante ritmo interior de trato con Dios y que
mantiene por seis años. Cede a sus hermanos sus bienes y marcha
a Valencia en 1569 con el propósito de ingresar en la
Compañía; pero no contaba con insalvables
obstáculos: su edad, la falta de estudios y escasa salud.
Por fin es admitido en el Colegio Monte Sión en el
año 1571; desde el año 1572 ocupa el cargo de portero
hasta el 1610 que hacen casi cuarenta años
Es considerado en la Compañía como modelo
para los hermanos legos por su ejercicio permanente para lograr
auténtica familiaridad con Dios, por su obediencia absoluta y
por su amor y deseo de tribulación.
Este humilde y santo portero fue durante su vida un foco
radiante de espiritualidad de la que se beneficiaron tanto los
superiores que le trataron como los novicios con los que tuvo contacto;
un ejemplo representativo está en San Pedro Claver, el
apóstol de los esclavos.
Con sus cartas ejerce un verdadero magisterio. Su lenguaje
es sencillo y el popular de la época, pero logra páginas
de singular belleza al tratar temas de mayor entusiasmo. La santidad
que describe en sus escritos no es aprendida en los libros, es fruto de
su experiencia espiritual.