BEATA PAULINA VON
MALLINCKRODT
30 de abril
1881 d.C.
Nació en Minden, Westfalia. Es la mayor de los hijos de Detmar
von Mallinckrodt, de religión protestante y alto funcionario de
gobierno del estado de Prusia y de su esposa, la baronesa Bernardine
von Hartmann, de religión católica, originaria de
Paderborn. De su madre hereda una fe profunda, un gran amor a Dios y a
los pobres y una férrea adhesión a la Iglesia
católica y a sus pastores. Herencia paterna son la firmeza de
carácter, los sólidos principios, el respeto hacia los
demás y el cumplimiento de la palabra empeñada.
Parte de su niñez y juventud pasa Paulina en
Aquisgrán, adonde fue trasladado su padre. Por la temprana
muerte de su madre, Paulina, cuando sólo cuenta 17 años
de edad, toma en sus manos la dirección de su casa y la
educación de sus hermanos menores. En Aquisgrán, con sus
amigas, cuida enfermos, niños y jóvenes.
Cuando su padre se retira del servicio estatal y se
instala con su familia en Paderborn, prosigue Paulina su actividad
caritativa. Invita y entusiasma a señoras y jóvenes a
colaborar en el cuidado de enfermos pobres; pero ante todo le parece
necesaria la educación e instrucción de los niños
pobres.
Funda para ellos una guardería y acoge niños
ciegos para cuidarlos e instruirlos. Impulsada por la fuerza de la
gracia, organiza la Liga Femenina para el cuidado de los enfermos
pobres. Luego funda un jardín de infantes para atender a los
niños de las madres que deben trabajar fuera de su hogar para
ganar el sustento diario de la familia. La fundación de este
“kindergarten” en 1840 fue una idea novedosa y de avanzada para
proteger y dar un ambiente de contención y afecto a estos
niños que no podían ser cuidados por sus madres.
Llega hasta las chozas de los pobres para aliviar sus
miserias; los ayuda, consuela, exhorta y ora con los enfermos, sin
temer ni la suciedad ni los contagios, sino por el contrario, lo
afronta todo con una sonrisa dedicando gran parte de su vida en un
incansable servicio en favor de los que sufren. "Nunca he encontrado a
una persona como ella; es difícil describir la imagen tan
atrayente y emotiva de su vivir en Dios" escribe en una carta su prima
Bertha von Hartmann.
En 1842 poco después de la muerte del señor
von Mallinckrodt, le confían a Paulina el cuidado de unos
niños ciegos muy pobres. Ella los atiende con la exquisita
afabilidad que la caracteriza. Y como Dios sabe guiar todo según
sus planes, son los niños ciegos los que darán origen a
la Congregación, porque a Paulina la admiten en distintas
congregaciones religiosas pero no así a los ciegos. Paulina pide
una vez más consejo a Monseñor Antonio Claessen quien
después de escucharla atentamente y de hacer mucha
oración le hace ver que ella está llamada por Dios a
fundar una Congregación. Y obtenida la aprobación del
Obispo de Paderborn Monseñor Francisco Drepper, el 21 de agosto
de 1849 funda la Congregación de las Hermanas de la Caridad
Cristiana, Hijas de la Bienaventurada Virgen María de la
Inmaculada Concepción con tres compañeras más.
Pronto se abren otros campos de actividad: hogares para niños y
escuelas.
Bendecida por la Iglesia, la Congregación florece y
se extiende rápidamente en Alemania; pero como toda obra grata a
Dios, debe ser probada por el sufrimiento; la prueba no tarda en
llegar. El Canciller von Bismark emprende en 1871 una dura lucha contra
la Iglesia católica. Una tras otra ve la Madre Paulina
cómo se van cerrando y expropiando las casas de la
Congregación en Alemania. Las casas de la joven
Congregación fueron confiscadas, las Hermanas expulsadas, la
fundación parecía llegar a su fin. Pero justamente
así produjo frutos, se extendió por Estados Unidos e
Hispanoamérica. En América se las conoce como Hijas de la
Inmaculada Concepción.
A fines de década de 1870 la persecución
religiosa terminó en Alemania y las Hermanas pudieron volver
desde Bélgica a su patria donde prosiguieron con su obra. La
Comunidad había crecido en integrantes y en misiones durante los
años de opresión. La Madre Paulina volvió a
Paderborn después de su viaje a América en 1880. A los
pocos meses, ante el dolor de las Hermanas, la Madre Paulina
enfermó gravemente de neumonía y murió. Fue
beatificada por Juan Pablo II el 14 de abril de 1985.