NUESTRA SEÑORA
DE COVADONGA
8 de septiembre
La Virgen
de Covadonga, conocida popularmente como La Santina, es una imagen de
la Virgen María que se encuentra en una cueva en Covadonga,
concejo de Cangas de Onís, Principado de Asturias,
España. Es la patrona de Asturias y una de las siete Patronas de
las Comunidades Autónomas de España.
La historia primitiva nada nos ha dejado escrito acerca de
los comienzos del culto a la Virgen María en la Cueva de
Covadonga, y las noticias que de aquella época tenemos, es
necesario buscarlas en la tradición. Refiere ésta que la
Cueva de Covadonga servía de retiro a un ermitaño que la
tenía dedicado al culto de la Virgen, cuya imagen allí se
veneraba.
En cierta ocasión Don Pelayo, refugiado con otros
cristianos en aquellas montañas, entró en la Cueva
persiguiendo a un malhechor. El ermitaño rogó a Pelayo
que lo perdonara, puesto que se había acogido a la
protección de la Virgen, y que llegaría también el
día en que él tendría necesidad de buscar en la
Cueva el amparo y ayuda de Nuestra Señora.
Algunos historiadores dicen- que lo más
verosímil es que Pelayo y los cristianos, en la huída por
aquellas montañas, llevarían consigo alguna imagen de la
Virgen, que colocaron en la Cueva para implorar su protección, o
mejor que la pondrían allí después de la victoria
obtenida, a fin de dar culto a María Santísima en
memoria' y gratitud por el triunfo obtenido por su mediación y,
más tarde, Pelayo, deseando tributar a María un homenaje
perenne, edificó en la misma Cueva un altar a la Virgen
María.
Según la historia la Virgen ayudó a los
cristianos capitaneados por Don Pelayo, provocando un desprendimiento
de rocas en la conocida como batalla de Covadonga, que diezmó el
ejército árabe.
Las Crónicas árabes, cuando hablan de Covadonga afirman
que en esta Cueva las mermadas fuerzas de Pelayo encontraron refugio,
alimentándose de la miel que las abejas habían producido
en las colmenas construidas en las hendiduras de las rocas.
Ante ella se libró lo que se vino a llamar la
“Batalla de Covadonga” y que vendría a ser una de “las primeras
piedras de la Europa cristiana”. Las viejas crónicas ponen en
boca de Pelayo esta afirmación: “Nuestra esperanza está
en Cristo y de este pequeño monte saldrá la
salvación de España”.
El rey Alfonso I y su esposa Dª Hermesinda,
construyeron una iglesia y en ella fueron erigidos tres altares,
dedicados uno a la Santísima Virgen, en el misterio de su
Natividad; otro a San Juan Bautista y el tercero a San Andrés.
Además, con el fin de que se tributara un culto continuo a la
Madre de Dios, fundaron dichos monarcas un monasterio.