BEATO MARIANO JUAN
MARÍA DE LA CRUZ GARCÍA MENDEZ
1936 d.C.
21 de septiembre
“¡Feliz
quien tenga la suerte de poder derramar su sangre por nuestro
Señor!”. El Beato Juan María de la Cruz García
Méndez, miembro de la Congregación de los Sacerdotes del
Sagrado Corazón de Jesús, expresaba así su
ardiente deseo cuando en 1936, en España, su patria, arreciaba
la guerra civil y a la vez la persecución contra la Iglesia
Católica, y sobre todo contra sus ministros.
Nacido el 25 de septiembre de 1891 en el pueblo de San
Esteban de los Patos (Ávila), fue bautizado a los dos
días, el 27, con el nombre de Mariano. Era el primero de los
quince hijos de una familia de labradores, ricos en la fe y de una
práctica religiosa muy viva.
Pronto germinó la vocación religiosa en el
ánimo del pequeño Mariano que, desde 1903 comenzó
a frecuentar el Seminario diocesano de Ávila, concluyendo sus
estudios y una ejemplar formación con la ordenación
sacerdotal el 18 de marzo de 1916.
Designado párroco del pueblo de Hernansancho
(Ávila), enseguida dio señales de una vida ardientemente
eucarística y mariana, de entrega apostólica que se
definió como heroica. El pueblo lo veneraba como a un santo. No
obstante él afirmaba sentir una tendencia ineludible hacia la
vida religiosa.
El Obispo le envió a ejercer el ministerio de
capellán en el Noviciado del Instituto de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas que tenían en Nanclares de Oca
(Álava). Poco después obtuvo de su Obispo la facultad
para dejar la diócesis y entrar en los Carmelitas en
Larrea-Amorebieta (Vizcaya). Fue recibido como novicio el 2 de
septiembre de 1922, tomando el nombre de Juan María de la Cruz,
que siempre le fue tan querido.
A causa de su escasa salud le fue aconsejado que
abandonara el Carmelo, y vuelto a su diócesis abulense, se
reintegró en el ministerio parroquial; pero brevemente, porque
se mantenía siempre vivo el deseo de la vida religiosa.
Conoció en Madrid al P. Zicke, fundador de la
Provincia de los Sacerdotes del Corazón de Jesús en
España, quien le dio a conocer el carisma de propagador de la
devoción al Corazón misericordioso de Jesús del
Padre Dehón. Nuestro protagonista reconoció que esa era
la vocación que llevaba buscando tantos años, y se hizo
religioso reparador con el nombre de Juan María de la Cruz, en
recuerdo de dos de sus grandes amores: Santa María y su paisano
abulense San Juan de la Cruz.
Así pues, en 1925 fue aceptado por los Sacerdotes
del Sagrado Corazón de Jesús en la ciudad de Novelda
(Alicante) y el 31 de octubre de 1926, en la solemnidad de Cristo Rey,
emitió sus primeros votos con el nombre de Juan María de
la Cruz.
Y así abrazaba “aquella profesión de
amor, oblación y reparación” que es propia de la
Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de
Jesús, fundada por el Venerable P. León Dehon en 1878 en
Saint-Quentin (Francia). El Beato, viviendo esta vocación de
sacerdote-oblato del Corazón de Jesús, se preparaba a
completarla con el supremo sacrificio, que hace de él el primer
mártir de la Congregación Dehoniana.
Era un enamorado de los mártires. Cuando
peregrinó a Roma en 1927, no se le podía arrancar de las
catacumbas de San Calixto donde permanecía extasiado en
oración. A su vuelta pasó por Lourdes, donde estuvo toda
la noche rezando ante la Gruta. Le destinaron al Seminario de Puente La
Reina, enviándolo a recaudar limosnas por los pueblos de Navarra
y País vasco, viajes que aprovechaba para atraer vocaciones,
difundir la Adoración Real y Perpetua al Santísimo
Sacramento y predicar la ternura del Amor del Corazón
misericordioso de Jesús para con los pobres pecadores,
fomentando la devoción a sus Primeros Viernes, y la
práctica de su Hora Santa y su Guardia de Honor.
A la llegada de la República comprendió que, pese a la
inconsciencia de quienes la habían traído, lo que se
pretendía era descristianizar España. Fue a consolar a la
abuela de unos de sus discípulos, que había perdido a un
hijo misionero mártir en China, y le dijo: “¡Enhorabuena;
su hijo es un mártir!; ¡Ojalá tuviera yo la misma
suerte de ser perseguido y morir por Cristo!”.
Celebraba su misa como en éxtasis,
prolongándola más de lo ordinario, especialmente el
momento de la Consagración. Como se alargaba y se cansaban sus
jóvenes monaguillos, como San Felipe Neri, les despedía
para que le dejaran proseguir solo en su coloquio con su Señor.
De la segura Navarra pasa a la turbulenta Cuenca
Después de haber realizado, humildemente y con
fidelidad, la tarea que le fue encomendada en la Escuela
Apostólica de Puente la Reina (Navarra), desde 1927 a 1936, de
promotor vocacional y postulador entre los bienhechores.
En 1936 se hallaba en la tranquila y segura Navarra,
pero a principios de julio le destinaban a Cuenca en la que el peligro
era amenazador. En su serranía se halla el santuario de
Garaballa que los Padres Reparadores habían adquirido pensando
instalar allí su seminario, y que por entonces era casa de
reposo. Las gentes del pueblo le recibieron con franca hostilidad.
Tras el 18 de julio, ante el continuo paso de tropas
y milicias, el superior ordenó que la Comunidad buscara refugio
en Valencia donde pensó podrían pasar desapercibidos. El
Padre Juan María de la Cruz dejó su hábito y
vistió una vieja chaqueta grande prestada, por lo que
sería conocido cariñosamente como “el Padre
chaquetón”, y marchó a Valencia.
Sin saberlo se metía en la boca del lobo, nunca
mejor dicho, pues de sus 1200 sacerdotes diocesanos, iban a ser
asesinados 327, más de su cuarta parte. No tenía miedo, y
sí total confianza en el triunfo de la causa de Dios, aun cuando
decía hubiera que sufrir gran castigo por los pecados sociales
de apostasía de la sociedad española: “¡Profanar la
casa de Dios es un horrendo crimen y un sacrilegio!”.
Vivía escondido, pero un día tuvo que pasar
por delante de la iglesia de los Santos Juanes, joya
arquitectónica barroca, que era pasto de las llamas. El celo de
Dios no le permitía contemplar indiferente el siniestro
espectáculo. Se metió entre la gente y exclamó en
voz alta: “¡Esto es demasiado, no se puede profanar la casa de
Dios!, ¡qué crimen!, ¡qué sacrilegio!”.
Llamaron a un guardia, le arrestaron y le llevaron a la cárcel.
El 10 de agosto, fiesta de San Lorenzo escribía
desde la cárcel a su superior P. Lorenzo Philippe, para
felicitarle: “Aquí me tiene en la Celda 476 dela 4ª
galería desde hace tres semanas por protestar por el horrendo
espectáculo del incendio y profanación de las iglesias.
¡Dios sea Bendito! Hágase su voluntad. Estoy alegre de
poder sufrir algo por Él, que tanto sufrió por mí”
En la cárcel siguió sus prácticas
religiosas y su apostolado con absoluta dedicación. Trazó
un Viacrucis en las paredes de la celda, lo que casi le costó
pasar a otra de castigo. Le libró el fontanero de la
prisión que lo borró, lo que le supuso pasar
también a ser un recluso más.
Se manifestó como sacerdote ante todos los presos,
ofreciéndose a consolarles y confesarles. Dirigía en voz
alta el rezo del Rosario en el patio a la hora del recreo. Algunos le
recriminaron por ello, pero él les dijo: “Como vamos a morir, lo
mejor que nos puede pasar es que muramos rezando”, y prosiguió
el rezo común. Al acabar, se arrodillaba en el suelo del patio y
absorto rezaba el breviario. A las 11 de la mañana reunía
a un grupo de presos y entonaba con ellos las letanías de los
santos, y los días festivos leía en voz alta los textos
de la santa Misa.
La noche del 23 de agosto abrieron el cerrojo de su celda
y le ordenaron preparase para salir. Se despidió de sus
compañeros: “¡Hasta el Cielo!”. Se supo más tarde
que lo llevaron con otros nueve detenidos hasta Silla, a una finca
llamada El Sario, un huerto de olivos que sería su
Getsemaní. Colocados en fila, fueron fusilados a la luz de los
focos de un camión. Al día siguiente sus cadáveres
fueron llevados al cementerio de Silla.
Concluida la guerra civil, en 1940 fue posible exhumar las
víctimas. Su cuerpo fue reconocido inmediatamente porque llevaba
consigo la Cruz de la Profesión religiosa y también por
el escapulario del Sagrado Corazón, atravesado por dos agujeros
de bala. Llevaba también consigo una agenda personal, en la que
el Beato, durante el mes que estuvo en la cárcel, había
anotado el horario de la jornada que quería seguir como fiel
Sacerdote del Corazón de Jesús.
El Beato reposa ahora en un sepulcro colocado en la
iglesia del Colegio-Seminario de los PP. Reparadores, en Puente la
Reina, que le había sido tan querida. Dondequiera que se tuvo
noticia de su muerte fue persuasión común que
había sido un verdadero martirio.