BEATO MANUEL BINIMELIS CABRE
12 de septiembre
1936 d.C.
Hijo único, y ya huérfano
de padre, ingresó en el seminario conciliar de Barcelona a los 10
años. A los 18 sintió vocación a la Congregación
de la Misión, e inició el noviciado en Palma de Mallorca sin
la menor oposición de su madre, una mujer desprendida y abnegada que
supo alentar y gozar de la actividad misionera de su hijo.
Ejerció sus ministerios sacerdotales apostólicos en Palma de
Mallorca, Espluga de Francolí y, desde 1923 hasta su muerte, en la
Casa provincial de Barcelona. Sobresalió extraordinariamente en la
dirección de las almas. La claridad y profundidad de sus conocimientos,
su don de consejo, discernimiento de espíritus, piedad, paciencia
sin límites y pureza de intención, le trocaron en un director
modelo. Era muy apreciado entre la feligresía de la zona y bien lo
demostraron ofreciéndole su casa en la persecución y movilizándose
en su ayuda tan pronto como percibieron que había sido detenido.
MARTIRIO: El domingo 19 de julio ya no pudo celebrase la misa
solemne prevista a la 10 en honor a S. Vicente. Aquel mismo día ardieron
varios templos. El de los Paúles lo quemaron al día siguiente.
El P. Binimelis, como el resto de la comunidad se refugió en casas
vecinas teniendo que cambiar de domicilio continuamente. De estos domicilios
el Padre salía a ejercer los ministerios y administrar los sacramentos,
con prudencia, pero con el mismo celo misionero de siempre.
Lo prendieron en casa de la familia Borrás el sábado
12 de septiembre a las 11 de la noche, tras un registro de toda la casa e
interrogatorio de varias horas. Inmediatamente lo mataron se cree en la avenida
de Roma. Su cadáver llegó al depósito del hospital Clínico
sobre las 5 de la madrugada, recién asesinado, siendo reconocido por
una enfermera, feligresa suya, que se encargó de llamar a los conocidos.
Llevaba en la mano una estampa de la Virgen Milagrosa.
En uno de los servicios religiosos clandestinos que tanto bien
hicieron en momentos de carencia de culto en Barcelona. El Padre comunicó
sus propios sentimientos a una feligresa respecto a un martirio que veía
seguro: le dijo que moría por amor a Cristo y que perdonaba a sus
enemigos.