BEATO JUAN JUVENAL ANCINA
1604 d.C.
30 de agosto



   Natural de Fossano (Cuneo-Italia). En su juventud fue un gran amigo de san Francisco de Sales. Estudió en Montpellier, Padua, Mondoví y Turín, doctorándose en Filosofía y Medicina en 1567. Fue médico y profesor de medicina en Turín.

   Hombre de gran cultura, era muy devoto y veía en su profesión un modo de expandir la Fe tanto en su actitud para con sus pacientes como en sus enseñanzas. Dándose cuenta de que el cuidado de las almas es más importante que el del cuerpo, siempre urgía a los enfermos para que acudieran a un sacerdote, antes de empezar su tratamiento. Como recreación, Juvenal escuchaba música, componía versos latinos y jugaba al ajedrez. Pertenecía a una hermandad religiosa y estudiaba Teología por sus propios medios, aunque parece que puede haber tenido alguna asociación con los Agustinos. Tal era la vida que llevaba, cuando en una Misa de Réquiem en el monasterio agustino, las palabras del “Dies Irae” lo llenaron de terror hacia el juicio divino. Durante el regreso a su casa, las palabras del profeta Sofonías lo atormentaban: "Cerca está el día del Señor; próximo está y llega con suma velocidad. Es tan amarga la voz del día del Señor que lanzarán gritos de angustia hasta los valientes". Pese a que él había llevado una vida objetivamente sin culpas, se dio cuenta de que podía emplear mejor los magníficos talentos que Dios le había dado. Ese mismo día resolvió abandonar cualquier pequeña vanidad a la cual hubiera cedido y dedicarse a seguir solamente los designios de Dios. Se aplicó a la oración y a las lecturas espirituales para determinar qué era lo que Dios quería de él.

   Siete años más tarde se fue a Roma como asesor del conde de Madruzzi di Challant, embajador del príncipe de Saboya, ante el Papa. Descubriendo que tenía mucho tiempo libre, decidió sacar provecho de esa situación y empezó a estudiar Teología nada menos que con san Roberto Bellarmino. En Roma conoció a san Felipe Neri, encuentro que haría cambiar su vida. Lo hizo su director espiritual y se hizo sacerdote del Oratorio en 1578.
En 1586 san Felipe lo envió a Nápoles, donde estableció un oratorio que se le conocerá como el “oratorio de los príncipes” por su gran influencia en la nobleza napolitana. Revisó los “Anales Eclesiásticos” del cardenal Baronio. Rápidamente se ganó la reputación de buen predicador. También hizo uso de sus talentos musicales para hacer crecer la piedad popular -especialmente recordada es su “Tempio Armonico della Beatissima Vergine”, una colección de canciones espirituales para tres, cinco, ocho y doce voces. Debemos mencionar que estas canciones nunca fueron parte de la liturgia, pues Juvenal, con toda razón, pensaba que la música sagrada hacía la liturgia más solemne y hermosa.

   En 1596 regresó a Roma y poco tiempo después fue nombrado obispo de Saluzzo por el papa Clemente VIII, a pesar de que Juvenal opusiera una fuerte resistencia. Su breve episcopado, sin embargo, fue fructífero, y se caracterizó por varias iniciativas dirigidas a ayudar a sus fieles a crecer en piedad y caridad. Al mes de haberse hecho cargo de la Diócesis, comenzó el trabajo de reformar las vidas tanto del clero como de los laicos. Buscando combatir la herejía, convocó un Sínodo para implementar los decretos del Concilio de Trento, anunció la fundación de un Seminario, y organizó devociones para incrementar la adoración al Santísimo Sacramento. También puso gran énfasis en inculcar la fe en las enseñanzas de la Iglesia e introdujo el uso del catecismo. Prontamente la gente lo tuvo en gran estima incluso su inmediato vecino, el Obispo de Ginebra, San Francisco de Sales, quien apreciaba su humilde y pacífico carácter.

   Un religioso al que había descubierto mientras procuraba hacer del mal a una comunidad, le envenenó. Enfermo ya de muerte, el prelado prohibió denunciar al criminal, dando así su última prueba de caridad y paciencia. El beato Juvenal es el único de los miembros del Oratorio que conoció personalmente a san Felipe y que llegó a los altares. El cuerpo del beato Juvenal descansa en la Catedral de Saluzzo, bajo un altar dedicado a él. Fue beatificado por el Papa León XIII en 1890.

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(Parroquia San Martín de Porres)