BEATA JOSEFA LABORRA GOYENECHE
9 de diciembre
1936 d.C.



   Nació en Sangüesa (Navarra), el 6 de febrero de 1864. Sus padres Francisco y Javiera, agricultores y muy buenos cristianos, la llevaron al Colegio de la Inmaculada, regido por las Hijas de la Caridad. Se distinguió por su inteligencia, obediencia y laboriosidad. En el Colegio formó parte de la Asociación de Hijas de María y en ella experimentó la llamada de Dios.

   En casa manifestó obediencia, respeto, responsabilidad en el trabajo, y amor a Dios y a los pobres. Su conducta era ejemplar para sus hermanos. Su padre no acababa de acceder al deseo de su hija de ser Hija de la Caridad, pero un día tuvo la desgracia de caerse de un árbol y herirse gravemente y, poco antes de morir, le encargó a su esposa que diera el consentimiento a su hija.

Trayectoria de su vocación

   Ingresó en la Compañía el 18 de marzo de 1881, después de cumplidos los 17 años; y realizó la prueba en el Hospital la Princesa de Madrid. Su primer destino fue el Hospicio de Cuenca, durante 19 años. Estuvo con los niños, y siempre demostró cariño y dedicación para todos los acogidos.

   En julio de 1900 fue destinada como superiora al Colegio-Asilo de Bétera (Valencia). La gente la admiraba por el amor y acogida con que atendía tanto a los niños como a los ancianos, pobres y enfermos. En 1911 fue destinada, con el mismo cargo, al Hospital de Murcia, pero le pesaba mucho la responsabilidad de aquel Hospital grande y complicado. Además, estaba mal de la vista y a los pocos meses le mandaron regresar a Bétera, donde continuo de Superiora. Fue recibida con grandes muestras de cariño por todos: el Ayuntamiento, la Junta de Yerbas (ahora de Montes), que era la que sostenía el Asilo, y el pueblo. Hasta la banda de música la acompañó desde la estación hasta el Asilo.

   Sor Josefa fue una auténtica Hija de la Caridad, humilde, caritativa, amante los pobres. Repartía limosnas con gran discreción y, si veía llegar a los niños a la escuela necesitados de alguna prenda de vestir, enseguida lo remediaba. El P. Taboada, misionero paúl que la conoció y la trató, dijo de ella, que sus principales dotes se pueden resumir en tres palabras: Comprensión, ternura y prudencia. Trataba a los Hermanas con cariño y bondad maternal, y extremaba su delicadeza con las Hermanas mayores y enfermas. Sentía una especial estima por la vida comunitaria, hasta llegó a expresar su deseo: “Si nos toca morir, que sea todas juntas, todas en Comunidad”. (No tardaría mucho en cumplirse esta premonición).

   El 21 julio de 1936, la casa fue asaltada y la Comunidad despedida. Ellas se resisten a abandonar a tanto niño necesitado y dicen: “¿Cómo es posible que nos hagan esto?”. Al final, el comité se incautó del Asilo-Castillo y de todo lo que poseían las Hermanas y las despacharon. Se refugiaron en casa de una alumna, pero dos días después, el 21 de agosto, localizadas, las obligaron a dejar aquel refugio. Previamente, el alcalde había ordenado, con un bando público, que nadie saliera a la calle para dar cobijo a las Hermanas. Marchan a Valencia y, sin saber a dónde ir, pasan la noche en una cochera. De mañana, van a la pensión “El Gallo”, y la Sra. las coloca en el piso 2º. Paro había quien seguía la pista a las que iban a llevarles alguna cosa y pronto son apresadas, y las llevaron a la checa, ubicada en el Seminario de Moncada.

   Sor Josefa, en los momentos cruciales de la prisión, se sentía responsable de todas y las animaba en todo. Mientras las iban nombrando para darles el paseo de la muerte, ella les decía:”Vamos a padecer por Dios. Estamos ahora en el Huerto de Getsemaní”. Y quiso que la fusilaran la última para así poder apoyar a las demás Hermanas y a Dolores Broseta, Hija de María, seglar, que murió con ellas. Sor Josefa murió perdonando a los enemigos y poniendo su vida en manos de Dios. Fueron fusiladas, por su condición de religiosas, el 9 de diciembre de 1936, en el Picadero de Paterna.

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(Parroquia San Martín de Porres)