BEATO JOSÉ CANO GARCIA
1936 d.C.
13 de septiembre



   Alumbrado en una humilde familia campesina, gracias a la profunda fe de sus padres cursó sus estudios meritoriamente en el Seminario Conciliar de san Indalecio. Allí mismo fue ordenado presbítero el dos de junio de 1928. Apenas un año ejerció de coadjutor de Tabernas, siendo Cura Ecónomo de Castro de Filabres durante tres años y Cura Encargado de Alcudia y Benitorafe hasta 1933. Ese año tomó posesión de la Parroquia de Tahal y, tres años después, fue nombrado Arcipreste.

   Aunque su ministerio resultó breve en el tiempo, tan sólo ocho años, fue un presbítero verdaderamente excelente. Hombre de simpático trato, sabía dotar a su apostolado de dinamismo e iniciativa. Apasionado de la música religiosa, incluso compuso algunas piezas e inculcó la cultura musical entre sus feligreses. Profundamente enamorado de la Sagrada Eucaristía y de la Santísima Virgen, destacaba su oratoria y exquisitez en el confesionario. Austero en sus costumbres, era sensible a las necesidades del prójimo.

   El Siervo de Dios fue apresado junto a su padre por treinta milicianos el veintiséis de julio de 1936. La brutalidad acometida hizo perder el sentido a su madre, por lo que permitieron que residiera bajo vigilancia en la casa familiar de Tíjola. Reclamado después por los milicianos de Tahal, fue salvajemente arrastrado a Tahal donde lo torturaron por diez días. Trataron de embriagarlo para que confesara crímenes inventados, forzándolo a beber anís en un vaso sagrado robado. En estas angustiosas jornadas hizo llegar unas trágicas letras a su madre.

   Trasladado penosamente a Almería el diez de septiembre, tres días después fue conducido con el Siervo de Dios don José Álvarez Benavides de la Torre y sus compañeros al martirio. Al advertir que se dirigían a los pozos para ser fusilados, quiso avisar a sus compañeros. Para evitarlo, ataron una cuerda a su cuello y lo ahorcaron en el mismo camión. Su cuerpo, arrastrado hasta el pozo, fue arrojado antes de iniciarse los fusilamientos. El joven presbítero sólo tenía treinta y dos años.

   Su sobrino, el canónigo don Juan Torrecillas, dice de su venerable tío: «Tiene fama de mártir entre los feligreses donde estuvo de sacerdote y que aún viven. Yo creo que es mártir de la fe. Personalmente le admiro y he sentido su ayuda en algunas cosas de mi vida sacerdotal.»

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(Parroquia San Martín de Porres)