BEATO JOAQUÍN
DE SIENA
16 de abril
1305 d.C.
Pertenecía a la familia de los Piccolomini de Siena. A la edad
de catorce años tuvo un sueño en el que vio a la Virgen,
que le decía: "Hijo dulcísimo, ven a mí: sé
cuán grande es el amor que me tienes, y por esto te he tomado
para siempre a mi servicio". Al despertar del sueño, movido por
esta visión determinó firmemente entrar en la Orden de
los Siervos de María.
Teniendo en cuenta que
en esta época esta Congregación recién fundada era
muy pobre y vivía con durísimas penitencias: sus Siete
Fundadores vestían de negro en señal de luto por las
discordias que habían en la ciudad de Florencia donde fue
fundada. Tuvo por tanto la oposición de su familia, pero al
final consiguió ingresar en el convento de Siena donde fue
recibido por el general de la Orden, san Felipe Benizzi. Joaquín
desde el momento en que entró decidió practicar la
humildad, y por humildad practicó los más bajos oficios
siempre viviendo una exquisita obediencia.
San Felipe lo
mandó al convento de Arezzo, donde vivió un año
entero. Un hecho se da en su vida: parece ser que un día
cuidando a un enfermo éste le dijo que era muy fácil
consolar a un enfermo y no sufrir la enfermedad, entonces nuestro beato
pidió que éste se curase y a cambio él recibiera
su enfermedad, como parece que así ocurrió; sufrió
desde entonces una epilepsia y torturado de dolorosas llagas en las que
los gusanos anidaban.
Sabiendo por
revelación divina que se acercaba el día de su muerte,
pidió al Altísimo que lo llamara el mismo día en
que el Salvador pasó de este mundo al Padre. Y el jueves santo,
un día antes de su muerte, hallándose junto a él
todos los frailes, les dijo: "Hermanos muy queridos, he estado con
vosotros durante treinta y tres años, los mismos que el
Señor vivió en este mundo. He recibido de vosotros
innumerables atenciones, y me habéis ayudado con gran solicitud,
siempre que lo he necesitado, no encuentro palabras para expresaros mi
agradecimiento: Jesucristo, el Señor, os recompense todo lo que
habéis hecho por mí. Yo, por mi parte, mañana me
separaré de vosotros. Os pido que roguéis al Señor
por mí, pecador, a fin de que pueda entrar en su morada. Antes
de separarme de vosotros, quiero que nos expresemos un gesto de mutua
caridad". Y a continuación bebió con ellos un poco de
vino.
El viernes santo, mientras
se cantaba la pasión del Señor, llamó al prior y
le dijo: "Reverendo padre, dentro de poco el Señor me
llamará de este mundo: aunque ya ayer recibí el cuerpo
del Señor con vosotros, reunid junto a mí a los hermanos
y administradme los sacramentos, porque no quiero marcharme sin veros
antes". El prior no dio mucha importante a estas palabras; no obstante,
por lo que pudiera pasar, mandó llamar a cuatro frailes.
Joaquín no cesaba de orar y mientras se cantaba la pasión
del Señor, a las palabras: "inclinando la cabeza, entregó
el espíritu elevando los ojos al cielo", en presencia de dichos
hermanos, entregó su alma en el convento de Siena. El Papa Pablo V confirmó su culto el
14 de abril de 1609.