BEATA JOAQUINA REY AGUIRRE
29 de octubre
1936 d.C.
Nació en Begoña,
Bilbao, el 23 de diciembre de 1895. Sus padres fueron Francisco (empleado
de comercio) y Jerónima (sus labores). La bautizaron a los pocos días
y fue educada cristianamente en el seno de una familia numerosa. Educada
con las Hijas de la Caridad de Begoña, fue miembro de la Asociación
de Hijas de Maria de la Medalla Milagrosa, a quien profesó verdadera
devoción toda su vida. Al ver el trabajo que las Hermanas realizaban
con los pobres se sintió llamada por Dios. Tuvo que vencer dificultades
por parte de la familia, pero a los 30 años logró ingresar
en la Compañía de las Hijas de la Caridad .Realizó la
prueba en el hospital de la Princesa de Madrid e ingresó en el Seminario
el 17 de enero de 1926.
Recibe su envío a Valencia
Terminado el tiempo de formación inicial, fue destinada
a la Casa Beneficencia de Valencia. Allí ejerció su misión
durante diez años como maestra y educadora de las Escuelas y talleres,
además de asumir el oficio de inspección a fin de controlar
el buen funcionamiento y desarrollo de las actividades pedagógicas
y profesionales de la casa.
Desempeñó todos sus ministerios con responsabilidad,
seriedad y dedicación, ayudando en todo lo que podía a su superiora
y a la comunidad. Cuando hacía la guardia con los niños impulsaba
mucho la práctica del deporte. Era aficionada al fútbol, pues
tenía un hermano futbolista, y disfrutaba mucho enseñando a
jugar a los niños en el patio. Cuando los niños le preguntaban
algo sobre este deporte ella respondía con destreza y hasta jugaba
con ellos a la pelota.
De carácter valiente
Era de constitución fuerte y temple varonil, pero bajo
todo esto, escondía un gran corazón, lleno de ternura y caridad.
En su porte se manifestaba sencilla y amable, con una simpatía desbordante
y a la vez contagiosa. Esto le servía para limar cualquier aspereza.
Entre otros, un rasgo de valentía de Sor Joaquina tuvo
lugar en la casa de campo de Benicalap, donde habían mandado ropa
las Hermanas y, por orden del Comité comunista, se habían incautado
de todo. Cuenta Sor Josefa que la acompañó: Los comunistas
habían arrancado la imagen de la cruz y la tiraron al suelo. Sor
Joaquina se arrodilló, cogió la imagen del suelo, la beso y
la puso encima de la mesa. Los milicianos la dijeron: Deje eso donde estaba.
Ella respondió: Hay que ver el destrozo que han hecho con todo
Y
con esto ¿qué adelantáis?.
En julio de 1936, durante unos 15 días estuvieron los
milicianos preparándose para quedarse con la casa. Las Hermanas se
sintieron presas en su Comunidad. No les permitían bajar a rezar a
la capilla ni salir ni entrar. Sor Joaquina les acompañaba a los diversos
departamentos y hasta les bajaba todos los días la comida. Los comunistas
les pedían que se quedaran con ellos a trabajar. Pero ellas, por encima
de todo, prefirieron seguir siendo Hijas de la Caridad al servicio de los
pobres. Como no tenían personal, el director les dijo a los milicianos:
Mientras estas señoras estén aquí, cuidadito que ninguno
les falte al respeto. Mas en aquellos momentos de anarquía y persecución,
no se tenían en cuanta estas consignas.
Despedidas del establecimiento
El 25 de julio, fiesta del Apóstol Santiago, el capellán
D. Ramón Sancho Amat les celebró la última Eucaristía,
animándolas a que fueran valientes como el apóstol. Al día
siguiente, sin contemplaciones, los comunistas echaron a toda la Comunidad.
Se fueron refugiando de dos en dos en casas amigas de la Comunidad. Sor Joaquina
fue la última en salir y, una vez que había entregado todo,
dejo con gran dolor a sus niños pobres. Ella se refugió con
otras hermanas de la comunidad en el pueblo cercano de Foyos, en casa del
familiar de una hermana. Allí fueron localizadas y les mandaron presentarse
a ella y su compañera, Sor Victoria Arregui, en la sede del Comité
comunista; fueron sentenciadas a muerte por su condición de religiosas,
juntamente con dos sacerdotes que habían celebrado la Eucaristía
clandestinamente en su refugio, D. José Ruiz y D. Antonio Bueno. Este
fue su delito y la causa de su muerte
Sor Joaquina se defendió con argumentos sólidos,
antes de aceptar la condena a muerte sin cargos ni juicio previo. Y antes
de ser fusilada en la tapia del cementerio de Gilet, arrebató con
viveza el arma al verdugo que intentó violarla antes de disparar.
Entonces uno de los sacerdotes compañero del martirio, D. José
Ruiz, le dijo que no perdiera la ocasión de entrar triunfante en el
cielo. Reflexionó inmediatamente, entregó el arma y pidió
perdón públicamente por su cobardía. Seguidamente pidió
la absolución a D. José, ofreció el perdón a
sus perseguidores y aceptó los tiros de muerte mientras gritaba: Viva
Cristo Rey. Era el 29 de octubre de 1936 al amanecer.
Traslado de sus restos
La exhumación, reconocimiento y traslado de los cadáveres
se realizó muy pronto. Los mismos del Comité las enterraron
en el cementerio de Gilet en una fosa común, con las otras personas
que acababan de fusilar. Al terminar la guerra, los cadáveres de las
Hermanas fueron reconocidos fácilmente ya que los cuerpos y sus ropas
estaban bien conservados. Se trasladaron a Foyos y se colocaron en unos nichos
hasta pasarlas al Panteón de los Mártires de la Parroquia,
junto con tres sacerdotes y 11 seglares, fusilados por su condición
de católicos. El 13 de marzo de 1996, el Tribunal eclesiástico
que dirigió la exhumación y conservación de los restos
de las mártires, con el Juez Delegado del Sr. Arzobispo, D. Francisco
Vinaixa Monsonis, el Párroco y parientes de los Mártires, el
enterrador, forense, miembros de la funeraria y público se procedió
a la exhumación de los restos. La funeraria los trasladó al
Colegio de San Juan Bautista de Valencia donde se procedió a su limpieza,
siendo depositados en unas urnas nuevas, lacradas, y al final se trasladaron
a la Casa de San Eugenio, donde en un pequeño panteón reposan,
junto con los restos de otras Hermanas, esperando la resolución de
la Iglesia sobre la autenticidad de su martirio. Desde el primer momento
de su fusilamiento gozan de la fama de verdaderas santasmártires.