BEATO JACOBO WON SI-BO
17 de abril
1799 d.C.
Nació en Hongju, en el
distrito de Chungcheong, en la actual Corea del Sur, en el seno de una
familia bastante humilde y de religión budista. A la edad de 60
años, entre el 1788 y 1789, abrazó el catolicismo junto a
su primo el beato Pedro Won Si-jang. Tenía un temperamento
gentil, honesto y alegre y con estas cualidades, observó
fielmente las enseñanzas de la Iglesia desde el primer
día de su conversión, era generoso con los más
pobres y un auténtico apóstol difundiendo el Evangelio
entre sus paisanos, por ello viajó mucho.
Cuando
arreció la persecución anticristiana, llamada Sinhae, en
1791, Jacobo huyó de las fuerzas gubernamentales, pero su primo
Pedro fue arrestado y ejecutado después de ser ferozmente
torturado. Cuando nuestro beato se enteró de la suerte de su
pariente, se sintió desolado porque había perdido la
ocasión de ser mártir, por ello se esforzó mucho
más en la observancia religiosa. Se unió de forma
singular con algunos cristianos como los beatos: Lorenzo Pak Chwi-deuk,
Pedro Jeong San-pil y el oficial del ejército Francisco
Bang.
En 1795, tuvo un
encuentro con el misionero chino, el beato padre Jacobo Zhou Wen-mo,
que había entrado clandestinamente en Corea el año
anterior. Pedro le pidió el bautismo, pero el sacerdote, cuando
supo que tenía una concubina, se lo negó; cuando Pedro lo
supo, regresó a su casa y la despidió.
Dos años
después, la persecución Jeongsa se hizo presente en toda
la región y Jacobo fue arrestado. Fue torturado ferozmente en
las oficinas gubernamentales de Deoksan, pero él no
apostató, sino que se mantuvo heroicamente firme en su fe. Fue
trasladado a Hongju y, de nuevo regresó a Deoksan donde fue
nuevamente golpeado: le rompieron las piernas.
En 1799, el
gobernador ordenó que fuera transferido al cuartel general del
ejército en Cheongju. El mismo día en el que dejaba
Deoksan, su mujer, sus hijos y sus amigos le despidieron entre
lágrimas, pero él les dijo: “Para servir al Señor
y salvar el alma, no debemos seguir los instintos humanos. Si
soportamos todos los dolores, seremos recompensados con el gozo de
encontrarnos con nuestro Señor Jesucristo y su santa Madre
María. Si os quedáis aquí, mi corazón se
debilitará. Podríais no encontraros en la
situación de perseverar en la fe y cometer una locura en contra
de Dios. Por favor, regresad a casa”.
Cuando llegó a
Cheongju, se encontró con otros católicos, entre ellos el
beato Francisco Bae Gwan-gyeom, con el que compartió sus
sufrimientos. El jefe del cuartel hizo todo lo posible para que
apostatara de su fe, pero no lo consiguió. Fue nuevamente
torturado y éstas le llevaron a la muerte… tenía 69
años. Se cuenta que, en el momento de su fallecimiento, su
cuerpo se iluminó con un extraordinario resplandor y que 50
familias, que habían asistido a la escena, abrazaron la fe
católica. Fue beatificado por SS Francisco el 16 de agosto de
2014.