BEATO FULGENCIO MARTINEZ GARCIA
4 de octubre
1936 d.C.
Nació en Ribera de
Molina (Murcia, España) el 14 de agosto de 1911, primogénito
del legítimo matrimonio entre Fulgencio Martínez Bernal y Emérita
García García, los cuales el día consagrado a María
Santísima Asunta al Cielo lo llevaron al bautismo en la Parroquia
del Sagrado Corazón de Jesús.
El ambiente familiar le trasmitió una sólida formación
cristiana que encontró en él un terreno fértil, tanto
que ya a los cinco años afirmaba querer ser sacerdote. El 13 de enero
de 1919 recibió la confirmación de manos del obispo de Cartagena
Mons. Vicente Alonso y Salgado, y el 29 de mayo del mismo año hizo
su primera comunión. Siguiendo el ejemplo de su tío Don Jesús
García García, el beato Fulgencio entró en el colegio
seminario de San José de Murcia como alumno interno. Aquí dio
pruebas de los dones humanos y morales que dejaban presagiar al perfecto
sacerdote. Siendo seminarista ingresó en la Tercera Orden Franciscana.
En 1933-1934 tuvo que prestar el servicio militar: fue un período
no fácil por el pésimo ambiente moral con el que se vino a
encontrar, pero que se convirtió para él en un óptimo
banco de pruebas sobre todo para la virtud de la fortaleza.
El 15 de junio de 1935 fue ordenado sacerdote por el obispo
de Cartagena, y como primer encargo, dos meses después, le fue confiada
la rectoría de La Paca, en el campo de Lorca, provincia de Murcia.
Aquí permaneció un año con gran beneficio moral y espiritual
de la población, que volvió a frecuentar la iglesia con mucha
asiduidad.
El mismo día en que se supo del levantamiento nacional,
el 18 de julio de 1936, entre tantos sacerdotes arrestados, allí estaba
también Don Fulgencio. Conducido a la cárcel de Lorca, lo declararon
prisionero político. El 28 de septiembre de aquel mismo año
fue transferido a Murcia, a la Iglesia de San Juan transformada en cárcel,
para ser juzgado por un tribunal popular. La condena a muerte fue pronunciada
el viernes 2 de octubre siguiente con la falsa acusación de haber
afirmado: "Ha caído el gobierno de los traidores", cuando en verdad
su única culpa era el ser sacerdote de Cristo. Cuando al otro día,
3 de octubre, le fue comunicada la noticia, manifestó serenidad y
gozo de ofrecer la vida por Cristo. En la última carta a sus padres,
el 4 de octubre de 1936, escribía: "No sufran por mi muerte, porque
me siento muy honrado de morir por la causa de Cristo. Alegre y contento
voy a la muerte, ofreciéndola en reparación de mis pecados
y para que pronto termine este luto que está ensangrentando la España.
Que esta sangre derramada sea semilla de buenos cristianos y méritos
para la regeneración espiritual de la patria". Conducido al campo
nacional de tiro de Espinardo (Murcia) el mismo 4 de octubre de 1936, se
negó a que le vendaran los ojos, y de frente al pelotón gritó
sus últimas palabras: "Viva Cristo Rey y viva la España Cató…".