BEATA EUGENIA RAVASCO
30 de diciembre
1900 d.C.



   Nació en Milán en el seno de una familia de la alta burguesia; su padre era un banquero genovés y su madre pertenecía a la nobleza. Pronto se quedó huérfana de madre y los hechos se sucedieron rápidamente: su padre se marchó a Génova con dos de sus hermanos y ella, junto a su hermana Constancia, permaneció en Milán, confiada a los cuidados de una tía, que fue para ella como una madre. En 1852 las hermanas se fueron a Génova y de este modo la familia se unió de nuevo. En 1855 murió su padre, y los hermanos quedaron al cuidado de un tío paterno que los confió al cuidado de una institutriz que con su régimen severo, la hizo sufrir bastante.

   A raíz de su primera comunión, sintió una especial devoción hacia la Eucaristía y a los Corazones de Jesús y de María Inmaculada. Al fallecer su tío se quedó al cuidado de la administración de los bienes de la familia, y siempre tuvo una especial dedicación para los pobres. Lamentablemente no logró salvar a su hermano del camino extraviado por el que se había metido.

   Sintió la llamada de la vocación religiosa y tuvo su desaprobación, ya que querían casarla, pero ella se mantuvo firme en su fe. Fue catequista en su parroquia, colaboró con las Hijas de la Inmaculada de Santa Dorotea, como asistenta de las niñas del barrio, asistió a los enfermos del hospital de Pammatone y de los Crónicos, visitó a los pobres en su casa. Sintió una gran aflicción por los niños y jovenes abandonados, totalmente ingnorantes de las cosas de Dios. En 1868, fundó la Congregación religiosa de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, con la misión de hacer el bien, especialmente a la juventud para que “fueran honestos ciudadanos en medio de la sociedad y santos en el cielo”. Abrió centros de asistencia, una Escuela Normal, organizó misiones populares, ejercicios espirituales y retiros y promovió el culto a los Sagrados Corazones de Jesús y de María; organizó Asociaciones para las Madres de Familia, tanto pobres como a las Iglesias pobres. Abrió nuevas casas, siempre dedicada y entregada sin resevar a los demás, en un total abandono en Dios y en las manos de María Inmaculada.

   Purificada por la prueba de la enfermedad, de la incomprensión y del aislamiento dentro de la misma Comunidad, Eugenia no dejó nunca de actuar según el espíritu evangélico. Abrió en Génova la “Casa de las Obreras”, donde las jóvenes que trabajaban en las fábricas encontrarían un lugar seguro. En 1898, para las jóvenes que trabajaban en el servicio doméstico, fundó la Asociación de Santa Zita. Consumida por la enfermedad, murió en la casa madre de Génova. “Os dejo a todas en el Corazón de Jesús” fueron sus palabras de despedida.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)