BEATA ELENA VALENTINI
23 de abril
1458 d.C.
Nació en Udine, Italia, en el seno de una familia acomodada: los
señores de Maniago. En 1414 se casó con el
aristócrata Antonio Cavalcanti con el que tuvo tres hijos y tres
hijas. Fue una dama célebre entre sus contemporáneos, por
la devoción con la cual cumplió durante 25 años su
vida conyugal. Al enviudar en 1441, Elena decidió retirarse del
mundo. Habiendo escuchado la palabra vibrante del agustino Ángel
de San Severino, se hizo Terciaria agustina. Después de haber
emitido la profesión, permaneció en la casa que
había recibido de su esposo, y allí continuó hasta
1446, fecha en la que pasó a vivir con la hermana Perfecta,
terciaria agustina como ella, permaneciendo a su lado hasta el final de
sus días. Durante los casi dieciocho años como laica
consagrada, llevó siempre una vida de penitencia y rigurosa
mortificación, alimentándose normalmente sólo de
pan y agua, durmiendo sobre un duro lecho de piedras, apenas cubierto
con un poco de paja, flagelando continuamente su cuerpo e, incluso,
caminando con treinta y tres minúsculas piedras metidas en los
zapatos "en recuerdo de los bailes y danzas -como ella misma
solía repetir- con que en el siglo había ofendido a mi
Señor, y en memoria de los treinta y tres años que mi
dulce Jesús por mi amor caminó por el mundo".
En las distintas formas de penitencia a las que quiso
someterse, siempre se inspiró en el doble motivo de la
imitación de Cristo y el contraste con su anterior existencia
mundana. No le faltaron profundas crisis de desaliento y cansancio, a
las que supo reaccionar con gran fuerza de ánimo, retirada en la
pequeña celda construida en su misma casa, y de la que
salía solamente para ir a rezar y a meditar en su querida
iglesia de Santa Lucía. Autorizada por el padre Provincial de
los agustinos, hizo voto, en 1444, del absoluto silencio, interrumpido
sólo con ocasión de la Navidad para entretenerse en
breves y edificantes conversaciones con sus hijos y algunos familiares.
Como supremo consuelo en su vida de completa renuncia y lucha, tuvo
éxtasis y visiones celestes, gratificada, además, por
Dios con el don de los milagros y el conocimiento de cosas ocultas.
Cuatro años antes de su muerte, resbaló y se
partió ambas piernas, por lo que pasó todo el tiempo
tendida sobre un mísero camastro en serena y paciente espera de
la muerte. Tuvo éxtasis místicos. Fue sepultada en el
rincón de la iglesia de Santa Lucía donde en vida
solía abandonarse a la contemplación, oculta en el
pequeño "oratorio" de madera que se había hecho construir
para librarse de la admiración y de la curiosidad de los fieles.
Después de diversos traslados, los restos mortales de la beata
encontraron en 1845 un lugar digno en la catedral de Udine, donde
hoy se hallan expuestos a la veneración pública. El
beato Pío IX confirmó su culto en 1848.