BEATA ELENA GUERRA
11 de abril
1914 d.C.
Nació en Lucca en el seno de una familia de la alta sociedad, de
manera que adquirió una cultura muy superior a la que
tenía cualquier mujer de su tiempo. El día de su
confirmación le cambió la vida, ya que desde entonces su
vida se caracterizó por una excelente devoción al
Espíritu Santo y a la propagación de la fe.
Estudió las Escrituras y leyó libros de teología
para conocer mejor al Espíritu Santo; para ella le era
fácil ya que tenía profundos conocimientos de
latín.
Primero fundó
los “Jardines de María”, una asociación en la que las
jóvenes campesinas ofrecían a María una virtud.
Luego congregó a un grupo de amigas a las que llamó
“Amistades espirituales”, con el fin de prestarse mutua ayuda en el
camino de la santificación. Ella misma se alistó en las
Conferencias de San Vicente de Paúl, y su amor a los más
necesitados se hizo patente en la ayuda que prestó a los
enfermos de cólera en la epidemia que azotó Lucca.
En 1872,
después de una enfermedad, que la retuvo inmovilizada en casa
durante años, y de una peregrinación a Roma, de la que
volvió con dudas sobre su posible vocación contemplativa,
fundó la Congregación de Santa Zita, llamadas
también Oblatas del Espíritu Santo; la alumna más
importante fue santa Gemma Galgani. Su Congregación se
desenvuelve especialmente en el campo misionero. Con la
aprobación de la nueva fundación quedaban atrás
años de incomprensiones y hasta persecución, por parte de
su familia y de eclesiásticos, incluso del obispo Arrigoni.
Escribió mucho, difundiendo el apostolado al Espíritu
Santo, con la creación del “Cenáculo permanente”
asociación religiosa de religiosos y laicos orientados a la
oración en común, sobre todo litúrgica; Juan XXIII
en su beatificación la llamó “apóstol del
Espíritu Santo”.
Cuando ya parecía
que había cumplido su misión en la tierra, un nuevo
calvario: los últimos años de su vida (1905 y 1914): un
nuevo obispo, monseñor Lorenzelli, se dejó convencer por
algunas oblatas del Espíritu Santo y obligó a Elena a
presentar su dimisión de su cargo de superiora general. Su
delito era, según sus propias religiosas, el haber publicado
tanto que ponía en peligro la estabilidad económica de la
Congregación. Elena dio a sus religiosas y a toda la ciudad un
alto ejemplo de amor a la Iglesia y a la cruz: su silencio y humilde
fueron el clima que precedió a su muerte. Fue beatificada por san Juan XXIII el 23 de
abril de 1959.