BEATO EGIDIO DE
ASÍS
23 de abril
1262 d.C.
Nació en Asís, en el seno de una familia de campesinos.
En 1208, después de orar en la iglesia de San Jorge, se
dirigió la Porciúncula, con el deseo de ver a san
Francisco de Asís, y así se convirtió en el tercer
discípulo. Acompañó a Francisco en sus
correrías apostólicas y siempre le remataba sus
predicaciones con estas palabras: “¡Muy bien dicho! ¡Fiaos
de él!”. En mayo del 1208, Egidio y Francisco recorrieron la
Marca de Ancona exhortando al amor de Dios y a la penitencia. De
regreso a la Porciúncula, fueron despreciados por los habitantes
de Asís, que no quisieron favorecer a quienes renunciando a sus
bienes y trabajo vivían a costa de los demás y se negaron
a darles limosnas. Francisco envió de dos en dos a sus hermanos
al norte, centro y sur de Italia. Egidio y Felipe fueron al este a
predicar, inaugurando así la conocida itinerancia franciscana, y
el pueblo creyéndoles “ribaldos” no los quiso ayudar,
dejándole expuestos a los rigores del invierno, el hambre, el
frío y la humedad. Sólo un florentino conociendo su
virtud le acogió por unos días. Con otros diez
compañeros acompañó a Francisco a Roma para la
aprobación oral de la protorregla franciscana por parte de
Inocencio III en 1209. Recorrió Santiago de Compostela, Monte
Gargano, Tierra Santa en devota peregrinación y con la
autorización de su fundador, marchó a Túnez en
1219 para predicar, pero la misión fue un desastre y tuvo que
regresar a Italia.
Es conocido por sus proverbios: "Gracia atrae a gracia,
vicio golpea a otros vicios". "El camino para ir hacia arriba es aquel
de caminar hacia abajo". "Quien no tiene temor, demuestra que no tiene
nada que perder". "Este mundo es un campo, que quien tiene el poder mas
grande tiene lo peor". Sobre la obediencia decía: "Cuando el
buey tiene la cabeza bajo el yugo, los graneros se colman de trigo;
pero cuando lo sacude va libre por los prados y cree que ha
llegado a ser un gran señor, los graneros no se llenan".
Una vez amonestó a un predicador parlanchín,
gritándole detrás: «Bao, bao, bao, hablo mucho,
poco hago». Con frecuencia su sabiduría era bondadosamente
irónica, como cuando un hermano dijo que había
soñado con el infierno y no había visto allí
ningún hermano menor, le respondió:
«¡Seguramente no bajaste hasta el fondo!». Ante uno
que hablaba mucho sin pensar, dijo: «Pienso que uno
debería tener el cuello largo como la grulla; así la
palabra tendría que pasar por muchos nudos antes de subir a la
boca».
Era un hombre lleno de sencillez, y Francisco como san
Buenaventura le admiraron mucho. Odiaba la ociosidad y amaba el trabajo
manual, y vivió del trabajo de sus manos. Buscó los
lugares solitarios para orar y practicar la penitencia. Se le atribuyen
diversos milagros, en especial curaciones, así como el don de
consejo, con las personas que iban a hablar con él. Fue un
hombre contemplativo. Vivió como eremita de 1215 a 1219 en
Favorone en la Umbría. Murió en Monteripido cerca de
Perugia entregado a la contemplación mística, antes de
morir le dijo a los campesinos: "No sonaréis por mí, las
campanas. Yo no haré milagros". El 4 de julio de 1777, el
Papa Pío VI confirmó su culto.