BEATO DIEGO MORATA CANO
1936 d.C.
23 de septiembre

   Sus padres, un humilde cordonero y una sirvienta veratenses, lo llevaron a bautizar en la Iglesia Parroquial de la Encarnación de Vera nada más nacer. Tras estudiar en el Colegio de san Juan de Almería y trabajar como fámulo, ingresó en 1891 en el Seminario de san Indalecio. Brillante estudiante, en 1912 obtuvo una licenciatura teológica en Granada. A los seminaristas impartía muy variadas materias.

   Ordenado presbítero el diecinueve de diciembre de 1903 en la capilla del Hospital Provincial de Almería, dedicó a su ciudad natal los cinco primeros años de su ministerio. Extraordinariamente dinámico, llegó a fundar una ermita dedicada a san Antonio Abad donde impartía catequesis. Cura Regente de Bédar en 1909, fue premiado por su heroica caridad durante la epidemia de tifus. Desde 1913 los sucesivos Obispos le confiaron importantes responsabilidades en la ciudad de Almería, difíciles de sintetizar aquí. Aunque el veintinueve de mayo de 1929 tomó posesión de una canonjía en la Catedral almeriense, continúo como solícito Capellán de las religiosas de la Compañía de María.

   Detenido el uno de agosto de 1936, tras sufrir los envites de la Persecución Religiosa, lo enviaron al Hospital Provincial por su pésimo estado. Al que lo cuidaba confío: «Anoche volvieron los del Comité y quisieron que blasfemara, al no conseguirlo me han emplazado para día que salga de aquí.» Para librarlo el enfermero trató de prolongar el tratamiento, pero el siervo de Dios se opuso: «Estoy en las manos de Dios que me ayudará, ¡no faltaba más! Por mucho que me hagan, el Señor me ayudará a morir, si es preciso como un cristiano.» Al día siguiente, como lo encontraron rezando el Rosario, le dispararon un tiro en el hombro. Él gritó: «¡Dios mío!, ¡Regina Martyrum!». Le dispararon en el cuello y dijo: «¡Señor, es por ti y los perdono! No saben lo que se hacen.»

   Al arrastrarlo al cementerio de Almería, fue saludado con estas palabras: «¡Anda Morata, que sí no te he matado antes te voy a matar ahora!». Al amanecer, los milicianos comentaban: «Sería cura, pero era un tío con un par de pantalones. Cuantos más tiros recibía, más gritaba el muy canalla: “¡Viva Cristo Rey!” Y no pedía que le perdonáramos la vida, nos perdonaba él. Sí no le pegamos un tiro en la boca no se calla.»

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(Parroquia San Martín de Porres)