BEATO CLEMENTE
MARCHISIO
16 de diciembre
1903 d.C.
Nació en Racconigi (Turín, Italia); hijo de Juan y
Lucía Becchio, en un hogar modesto pero muy religioso. La
familia era asidua a la vecina iglesia de los padres dominicos. A los
16 años ingresó en el seminario de Turín, fue
ordenado sacerdote en 1856. Residió en un primer momento en el
convictorio sacerdotal, dirigido por san José Cafasso, el
cual le imprimió su fuerte espiritualidad y lo hizo
compañero de sus obras de catequesis y espiritualidad. En 1856
fue nombrado coadjutor de Cambiano y Vigone.
En 1860 es nombrado
párroco de Rivalba Torinese, comarca violentamente anticlerical
a la que llaman "guarida del diablo". Don Marchisio empieza
catequizando a los niños, que escuchan con agrado a ese
sacerdote de palabra sencilla, clara y animada. Pero en el
púlpito, imitando al párroco de Ars, predica con
vehemencia contra las blasfemias, la falta de respeto por el domingo y
la depravación de las costumbres. Pero no siempre es agradable
escuchar la verdad. Así pues, los que se sienten ofendidos por
aquellos vigorosos sermones intentarán que el párroco se
calle haciéndole la vida imposible. Después de haberlo
soportado todo en silencio durante mucho tiempo, Clemente Marchisio
acaba cogiendo miedo y solicita que le cambien de parroquia. Su obispo
le responde que permanezca con valentía en su cruz. Clemente
obedece y se abandona al Corazón de Jesús, a la
Santísima Virgen y a San José. Además, se deleita
especialmente permaneciendo largo tiempo ante el Santísimo
Sacramento, sobre todo cuando la cruz de las incomprensiones, de las
calumnias y de las obligaciones se hace más pesada. La
persecución desencadenada contra Clemente Marchisio
durará unos diez años. Después de haber escrutado
durante largo tiempo los actos y gestos del párroco, varios de
sus feligreces constatan su fidelidad a la hora de cumplir sus
compromisos. Conmovidos y edificados, muchos se convierten. El viento
sopla en otra dirección, y los más implacables de sus
adversarios acaban por volver a Dios.
Fundó la Casa de los
Pequeños para los niños huérfanos y la Escuela
Taller para la promoción laboral de los adolescentes. Algunas
buenas voluntades femeninas le ayudan a llevar a buen término
sus labores caritativas. Las reunirá en una comunidad bajo el
título de "Hijas de San José".
Le
aflige profundamente el espectáculo de los ornamentos
litúrgicos en mal estado, como la suciedad de los manteles y
lienzos de altar. Por eso, después de haber rezado durante mucho
tiempo y de haber solicitado la opinión de sus superiores,
confía a las "Hijas de San José" una misión
completamente diferente de la que había previsto al reunirlas.
Consagrarán su vida al culto eucarístico. Así
pues, la misión especial de las hermanas consistirá en
preparar con gran respeto, según las normas de la Iglesia, el
material del sacrificio eucarístico, confeccionar los ornamentos
y los manteles, y atender a la decencia y al honor que requiere la
Eucaristía. Se encargarán de catequizar a los
niños para prepararlos a la primera comunión y
velarán también por la educación litúrgica
de los monaguillos y de los fieles. Las hermanas, y sobre todo la
cofundadora, sor Rosalía Sismonda, acogen unánimemente y
con entusiasmo esa nueva finalidad de su Instituto. En 1901, la Santa
Sede aprueba una nueva fundación: el Instituto de Hijas de San
José con el fin de perpetuar las obras anteriormente citadas.
Tenía un carácter fuerte y enérgico que le
proporcionó un gran dinamismo y operosidad. Recomendaba la
frecuencia a los sacramentos, y fomentaba la devoción al Papa
como centro de la organización eclesial, no teniendo empacho en
manifestarla, gustase o no. Murió de una apoplejía cuando
estaba en plena actividad.