BEATO BENITO DE URBINO
30 de abril
1625 d.C.



   Marco nació en Urbino, miembro de la ilustre familia de los Passionei. Quedó huérfano a los diez años; de carácter reflexivo, fue enviado a las universidades de Perusa y de Padua, donde obtuvo las licenciaturas en Filosofía y en Leyes. De ahí se dirigió a Roma a la corte del cardenal Juan Jerónimo Albani; pero pronto debió regresar a Urbino a causa de dificultades familiares. Entretanto maduraba su vocación religiosa, de modo que a los veintitrés años pidió ser admitido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Su constitución frágil y delicada creó serios obstáculos, que fueron superados por su tenaz insistencia y las óptimas condiciones morales del postulante.

   Finalmente en 1585 fue admitido a la profesión religiosa, en la cual tomó el nombre de Benedicto. Realizados los estudios sagrados fue ordenado sacerdote y aprobado para el ministerio de la predicación, al cual se dedicó con fervor de alma y simplicidad de palabra. Escogido como compañero por san Lorenzo de Brindisi para la misión entre los husitas y los luteranos en Bohemia en 1599, debió pronto regresar a la patria a causa de la delicada salud y la dificultad para aprender la lengua local. Prosiguió la predicación, dedicándose especialmente a la educación de los jóvenes, y sobre todo al empeño ascético. Desempeñó los oficios de guardián de los conventos Cagli, Fano, Pesaro, Osimo e Fossombrone y definidor de la Provincia.

   Profundamente humilde, evitaba cuanto pudiera producirle honores. Hablaba poco y cuando lo hacía primero pedía perdón por sus faltas. No toleraba que nadie hablara mal de los demás, especialmente si estaban ausentes. Con paciencia y resignación toleró las enfermedades que martirizaban su frágil cuerpo hasta reducirlo a piel y huesos. Se flagelaba con disciplinas de hierro y llevaba a la cintura el cilicio. Se alimentaba escasamente, siempre viajaba descalzo, dormía poco, muchas las horas consagradas a la oración, a la predicación y al confesionario. Para él, el sufrir era gozar, el sufrimiento lo asemejaba al Crucificado. “El dolor es prenda segura de eterna felicidad”. Con tiempo predijo su muerte, que esperó sereno y gozoso como su seráfico Padre para volar al cielo.

   Al acercarse la última hora, pidió el viático y la unción de los enfermos, que recibió piadosamente; entregó su alma en manos del Señor, en Fossombrone, en el convento de Montesacro, donde se conserva su cuerpo. Sus
funerales fueron una solemne manifestación de piedad y de veneración. Los milagros hicieron glorioso su sepulcro. Fue beatificado por el Papa Pío IX el 10 de febrero de 1867.

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(Parroquia San Martín de Porres)