BEATO BARTOLOME BLANCO
MARQUEZ
1936 d.C.
2 de octubre
Bartolomé nació en Pozoblanco (Córdoba) en 1914.
Huérfano desde niño, fue acogido por unos tíos
suyos con los que trabajaba de sillero. Una vez abierto el colegio
salesiano de Pozoblanco (septiembre de 1930), Bartolomé fue
asiduo al oratorio festivo y ayudó como catequista. Cuando en
1932 se estableció la Juventud Masculina de Acción
Católica en Pozoblanco, Bartolomé fue elegido secretario.
Hacía el servicio militar en Cádiz y,
estando de permiso en Pozoblanco, fue encarcelado el 18 de agosto de
1936. El 24 de septiembre fue trasladado a la cárcel de
Jaén, en cuyo pabellón de ‘Villa Cisneros’ tuvo la suerte
de coincidir con quince sacerdotes y otros muchos seglares fervorosos.
En dicha cárcel fue juzgado y condenado a muerte, el día
29 de septiembre.
En el juicio sumarísimo por el que tuvo que pasar,
Bartolomé dejó constancia inequívoca de sus
creencias. Tanto el juez como el secretario del tribunal no dudaron en
mostrarle su admiración por las dotes personales que le
adornaban y por la entereza con que profesó sus convicciones
religiosas. Bartolomé oyó al fiscal solicitar en su
contra la pena capital y comentó sin inmutarse que nada
tenía que alegar, pues, caso de conservar la vida,
seguiría la misma ejecutoria de católico militante.
Siempre se había caracterizado por confesar su fe
con optimismo, elegancia y valentía. Las cartas que la
víspera de morir, escribió a sus familiares son una
prueba fehaciente de ello. “Sea esta mi última voluntad:
perdón, perdón y perdón; pero indulgencia, que
quiero vaya acompañada de hacerles todo el bien posible.
Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del
cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado
hacerme mal”.
Sus compañeros de prisión han conservado los
emotivos detalles de su salida para la muerte, con los pies descalzos,
para parecerse aún más a Cristo. Al ponerle las esposas,
las besó con reverencia, dejando sorprendido al guardia que se
las ponía. No aceptó, según le proponían,
ser fusilado de espaldas. “Quien muere por Cristo –dijo-, debe hacerlo
de frente y con el pecho descubierto. ¡Viva Cristo Rey!” y
cayó acribillado junto a una encina.