BEATO ANDRÉS
HIBERNÓN
18 de abril
1602 d.C.
Nació en Alcantarilla
(Murcia), en casa de un tío canónigo y en el seno de una
familia noble arruinada. Su padre, Ginés Hibernón era
natural de Cartagena, y su madre, María Real, de la
serranía de Cuenca, a la que llamaban por apodo “la Buena”.
Pasó con su familia los primeros años de su infancia y
adolescencia. Cuentan sus biógrafos, que sólo
tenía de niño “la apariencia”, por su gran
devoción y educación. Sus padres le enviaron a Valencia a
casa de su tío Pedro Ximeno, a cuyo servicio estuvo hasta
cumplir los 20 años, donde estuvo cuidando vacas. Trabajó
para ayudar económicamente a su hermana en su dote, pero sus
ahorros fueron robados y, decepcionado, decidió ingresar en los
franciscanos. Pero viendo la pobreza de la familia, pospuso su ingreso
y marchó hacia Granada, donde se encargó de la
administración de los bienes de Pedro Casanova, regidor de
Cartagena. Unos meses más tarde rompió con este estilo de
vida e ingresó como hermano postulante en los franciscanos
conventuales de Cartagena. Fue enviado al noviciado del convento de San
Francisco de Albacete en el que vistió el hábito en 1556,
y profesó un año más tarde. Allí
ejerció de portero, cocinero y limosnero.
En 1565, en Elche, después de siete años, pidió
licencia para pasar a la reforma de San Pedro de Alcántara,
donde la disciplina era más austera. Una pobreza llevada al
extremo, los trabajos más duros, la petición de limosnas,
las continuas penitencias dieron a su vida un aura de santidad que
suscitó la admiración de su cohermano san Pascual
Bailón, de san Juan de Rivera, Arzobispo de Valencia, de muchos
ilustres contemporáneos y sobre todo del pueblo que lo
observaba, lo admiraba y lo seguía. Fue de gran ayuda para sus
cohermanos sacerdotes en la asistencia a los moribundos y en la
conversión de los mahometanos.
En todos los conventos
donde moró (Elche, Almansa, Villena, Santa Ana de Jumilla, San
Juan de la Ribera de Valencia, San Diego de Murcia y sobre todo
Gandía, donde estuvo diez años) dejó profunda
huella entre la comunidad y entre los que le conocieron. En el convento
encontró la soledad, la pobreza, la penitencia, todo lo que
puede conducir a un alma a la más alta perfección. Los
trabajos más humildes y difíciles eran los suyos. La
recolección de limosna de casa en casa era para él el
más grande apostolado. Para todos tenía una buena
palabra, una sonrisa, un consejo.
A lo largo de sus casi cuarenta años de vida alcantarina,
destacó por su capacidad contemplativa. Se esmeró en
hacer todos los oficios que le encomendaba la obediencia con gran
diligencia y puntualidad, por lo cual era apetecido por todos los
guardianes de los conventos. Convirtió a muchos moriscos en la
comarca de Gandía con su gran y franca sencillez. Dios
glorificó la santidad de Andrés con el don de los
milagros, bilocación, profecía, multiplicación de
los víveres, curación de los enfermos.
Con cuatro años de
anticipación, predijo el día y hora de su muerte.
Recibió con devoción los últimos sacramentos.
Después de haber recitado con voz apagada la corona de la
Virgen, se durmió dulcemente en el Señor, en el convento
de Gandía, a los 68 años de edad. Por su
intercesión se realizaron numerosos milagros. Fue beatificado
por SS. Pío VI el 22 de mayo de 1791.