BEATO AGUSTIN NOGAL TOBAR
24 de octubre
1936 d.C.
Pasó el Hno. Agustín
los primeros 26 años de ministerios apostólicos en el extranjero.
En 1905, cuando solo tenía 20 años, lo destinaron a La Habana
(Cuba) de sacristán de la iglesia de la Merced durante 7 años.
A Cuba habían llegado los primeros Paúles al tener que salir
de Méjico por la revolución del año 1862, siguiendo
el consejo de Jesucristo a los Apóstoles: Cuando os persigan en una
ciudad huid a otra (Mt 10,23). En 1912 fue a Ponce por 4 años y después
a San Juan, dentro de la viceprovincia de Puerto Rico. En todos los sitios
destacó por su sincera solicitud fraternal, su sencillez de alma de
niño grande, su profundo amor a las glorias de la Congregación
y su fervor por las cosas santas.
Amante de la liturgia, el H. Agustín Nogal, hizo una
labor callada pero imprescindible en templos de gran valor artístico
y muy concurrido. Su tarea de auxiliar en las celebraciones se completaba
con la artesanía. Como carpintero, electricista y hombre habilidoso
para todo y siempre servicial, se ocupó de la conservación
y engrandecimiento de los templos y de las casas que le confiaron.
Había dado pruebas de ser buen gestor, de hombre probo
y desprendido de los bienes de la tierra. En 1931, con 46 años, lo
destinaron a la casa de Capellanes de Madrid para ayudar al Hno. Saturnino
Tobar, y aprender de él la manera de administrar las fundaciones y
patronatos confiados a las Hijas de la Caridad. A ambos les alcanzó
el martirio el 23 de octubre de 1936, junto a los otros seis compañeros
de la misma Congregación.
MARTIRIO:
En 1936 conservaba su pasaporte extranjero y podía haber
intentado huir, pero aprovechó su documentación para ayudar
a las numerosas Hijas de la Caridad que vivían dispersas y refugiadas
en casas de amigos por todo Madrid y otras gestiones confiadas por los superiores.
En estas salidas estaba muy vigilado por los marxistas. Se refugió
con un matrimonio de Tardajos, José Arnáiz Santos y Concepción,
su esposa, en el barrio de Argüelles, pero tuvo que salir por no comprometer
a sus bienhechores.
Entonces le acogió en su casa Gregorio Pampliega Saldaña,
portero en la calle Conde de Peñalver. Estaba muy buscado y al fin
lo prendieron y llevaron a la casa de la calle San Felipe Neri, 4, donde
siguió el proceso martirial de los otros siete religiosos fusilados
en Vallecas el 23 de octubre de 1936.